Por ARMANDO CORDERO. Doctor en Filosofía, USD.

Introducida al Nuevo Hemisferio por la pléyade de frailes que al brotar de las entrañas del Renacimiento emigró a estas tierras para iluminarlas con las luces de su saber, proyectóse la filosofía al través de las dos ramas más imperativamente seguidas por el espíritu humano cuando actúa en función del acontecer histórico: la lógica y la ética.

En estudios conventuales y estudios generales o universitarios inspirados por los mismos planes académicos de los que robustecían el acervo de la cultura hispánica en Salamanca, Alcalá y Valladolid, se difundieron los principios de la filosofía escolástica, y con éstos comenzó a estructurarse para la cultura occidental una nueva conciencia: la de los pueblos surgidos a este lado del Atlántico por obra de la epopeya colombina.

Pero, con respecto a las primeras casas de estudio instituidas y al inicio de la docencia filosófica y teológica en el Continente Americano, se ha incurrido en lamentables equivocaciones que me permito atribuir al injustificado desconocimiento del influjo ejercido desde la Isla Española, en cuanto a la difusión de la cultura, al irrumpir el período hispánico.

Sostiene Fr. Francis Borgia Steck, (O. F. M.), en su monografía intitulada The First College in America, inserta en The Catholic Educational Review (1936), que el 6 de enero de 1536, se estableció en México el colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco, al que tiene por primer estudio conventual incorporado al proceso de la conquista (1). Por otra parte, asegura Oswaldo Robles, reputado tomista, que las primeras cátedras de filosofía y teología pronunciadas en América, las dio (1540) en el Estudio Mayor de Tiripitio (Michoacán), el docto agustino Fr. Alonso de Vera Cruz (2). Rafael M. Moreno, ensayista mexicano también, robustece tal conclusión en admirable trabajo intitulado La Filosofía en la Nueva España (3/ed1).

(ref.1/10-2) Filósofos Mexicanos del Siglo XVI- México 1950,

(ref.2) Pág. 11. Ídem 212. F. M. Mediados 1950.

(ref.3/No.27) Filosofía y Letras. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de México, pág. 21-42, julio/septiembre 1947.

(ref.3/Ed.1) Biblioteca Hispano-Americana Septentrional por José Mariano Beristaín de Souza, Ed. 188

Sin embargo, todo cuanto se afirma no está de acuerdo con la verdad histórica. El 15 de abril de 1502 llegaron a la naciente villa de Santo Domingo del Puerto de la Española, en unión de frey Nicolás de Ovando, los miembros de la Orden Franciscana que erigieron, en lo alto de una fresca colina, el rústico convento en que se ofició la primera ceremonia religiosa con asistencia de una sociedad convenientemente instituida. Tuvo comienzo así la evangelización del mundo colombino, portentosa obra que tomó orientaciones definitivas con el saber y la espiritualidad cristiana de los insignes miembros de la Orden de Santo Domingo llegados a fines del año 1510; tres en total: Fray Pedro de Córdoba, Fray Antonio de Montesinos y Fray Bernardo de Santo Domingo; pero de igual modo, tres titanes de la fe, del pensamiento y de la acción.

Fray Pedro de Córdoba fue el fundador de la Provincia de Santa Cruz del Orden de los Predicadores de la Isla de Santo Domingo; escribió un libro con el título de Doctrina cristiana para instrucción de los indios, por manera de historia, aprobado por el Lic. Tello de Sandoval, Inquisidor y Visitador de la Nueva España; Sermones, Memoriales al Rey e Instrucciones, cuyos originales se hallan en los archivos de Sevilla y Simancas. A él se le atribuye el privilegio de haber influido en el «Clérigo encomendero de indios» Bartolomé de las Casas, quien abandonó tan odiosa postura para iniciar la humanísima tarea por medio de la cual se convirtió en el más célebre defensor universal de la raza aborigen.

Consagrados en cuerpo y alma a las nobles tradiciones de la Orden, fundaron los nuevos misioneros un estudio conventual que ya a fines de la segunda década del siglo XVI enderezaba su labor a preparar estudiantes. Y no sólo fue este el primer colegio erigido en el Nuevo Mundo, sino que también sirvió de escenario a las primeras enseñanzas de filosofía y teología incorporadas al proceso de la conquista espiritual.

El muy documentado José Mariano Beristain de Souza, se refiere en su Biblioteca Hispano-Americana Septentrional a una prédica hecha por Fray Pedro de Córdoba en presencia de Don Diego Colón, II Almirante Mayor, Virrey y Gobernador Perpetuo de las Islas Indias y Tierra Firme y Gobernador de La Española, acerca de la gloria del Paraíso, así como a otra exhortación dirigida a los indios, que tuvo por tema la creación y redención del hombre. Y en las dos ocasiones, el venerable Padre Prior debe haber ocupado el púlpito del convento en que murió a mediados del año 1525.

En virtud de la Bula In apostolatus culmine, expedida por el Papa Paulo III en octubre de 1538, y mediante Real Cédula de Felipe II, fue premiada la grandiosa tarea educativa de los Padres Dominicos y elevado su colegio a la categoría de Universidad. De ahí la más vieja casa de estudio del Hemisferio, acerca de la cual dice Fray Luís de San Miguel en memoria presentada al Padre General de la Orden Dominica, fechada el 14 de abril de 1632: «En este convento (alude al principal de la provincia de Santa Cruz de las Indias, situado en la ciudad de Santo Domingo), se lee una cátedra de Teología Escolástica, moral, con sus conclusiones, actos mayores, muy lúcidos. Tiene por Bula particular las mismas preeminencias que la Universidad de Alcalá, en España y se gradúan en Artes, Teología, Cánones, Leyes, como en la Universidad Real Pontificia. En sus principios se graduaban en todas las Artes» (4).

El influjo ejercido desde principios de la segunda década del siglo XVI, por autoridades de la cátedra incorporada a la Orden de los Predicadores, entre los cuales surgió como figura principal Fray Alonso de Burgos o burgalés, explica el origen esencialmente tomista de la cultura dominicana.

El humanismo filosófico-teológico derivado de la escuela aristotélica, no sólo les sirvió de fundamento para defender la racionalidad de la persona humana indígena frente al despotismo de los oficiales reales y a la codicia de los encomenderos, sino además para conciliar admirablemente la concepción inmanentista y la concepción transcendentista de nuestra existencia, armonizando la idea del más allá con los requerimientos de la vida actual.

Una disputa de grandes repercusiones se originó cuando la reducida comunidad dominica puso en boca de Fray Antonio de Montesinos, su más elocuente orador, un sermón inspirado en la locución Ego vox clamantis in deserto, defendiendo la sufrida raza aborigen a la luz de los principios enunciados por moralistas y teólogos renacentistas.

Intervino en la controversia un sacerdote de alto linaje, el Padre Carlos de Aragón, impugnador de la tesis dominica con criterio antiescolástico y quien se atrevió a exclamar: «Perdone el Señor Santo Tomás, que en esto no supo lo que dijo», frase que, al colocarlo frente al tribunal del Santo Oficio, le ocasionó la suspensión definitiva como predicador y su internamiento perpetuo en un monasterio (5).

En ningún momento dejó de ser arriesgada la noble actitud de los Padres predicadores, puesto que hubo quien, como Fray Tomás Torres, sufriera amenazas de muerte por haber predicado contra el maltrato a los indios (6).

(ref.4/idem-3) Historia Eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo por el Canónigo Lic. D. Carlos Nouel, capitulo XIII, Tomo. I, pág. 256.

(ref.5) Panorama Histórico de la Literatura en Santo Domingo, por Max Henríquez Ureña, Rio de Janeiro, 1945, pág. 14

(ref.6/idem-8) Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, por José Mariano Beristaín de Souza. Ed. 1883.

Otro estudio general contribuyó a partir del año 1558 al desarrollo de la cultura en Santo Domingo. Me refiero a la Universidad de Santiago de la Paz y de Gorjón, robustecida por el Papa Benedicto XIV en su Breve «Insupereminenti», dado en Roma en septiembre de 1748 y por cuyo medio confirmó la orden del rey de España para que se concediese al Colegio de los Jesuitas la facultad de enseñar gramática, retórica, lógica, física, teología, derecho canónico, derecho civil y medicina, otorgando grados universitarios en filosofía, teología, derecho canónico, derecho civil y medicina (7). Sirvió esta de escenario al primer movimiento científico de tendencias renovadoras que registra la historia de la cultura dominicana. Como en otros centros académicos de la comunidad iberoamericana, la Orden Jesuítica dio ámbito al concepto de modernidad sin menoscabo del concepto de catolicidad, posición frente a la cual reaccionó la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, al ser reabierta en su segunda época, a los 193 años de su fundación», siendo rector frai Francisco de la Cruz Zayas, cancelario el Dr. Pedro Leiva, vicerrector el Dr. Antonio de la Concha; catedráticos de las diferentes ciencias frai Tomás Calderón, frai Manuel de Moya, doctores D. Juan de Arredondo, D. Francisco Julián Torres, D. Felipe Mañón de Lara, D. Julián  de Ajeata, frai Andrés Ugarte, frai Juan de Frómita, doctores D. José de Morales, D. José Antonio Rodríguez de Sousa, D. José de Gundi, frai Juan de Dios González, frai Francisco Antonio de Luna, D. José Polanco. Estos individuos formaron las nuevas constituciones o estatutos que sirvieron de regla en la Universidad, que fueron aprobados por el presidente y capitán general D. Francisco Rubio Peñaranda, con consulta del oidor asesor general Lic. D. Antonio Villa Urrutia Salcedo,  sancionados por el rey D. Fernando VI en marzo de 1754″.

La rígida ortodoxia de las demás Ordenes incorporadas al proceso de la cultura novohispánica, cuya aprensión por las innovaciones parece haber sido tan crecida como su tendencia a lo tradicional, encaró las acometidas de un eclecticismo jesuítico contrario al principio de autoridad derivado de la llamada Escolástica decadente. Tanto en ciencia como en filosofía, siguieron los hijos de Ignacio de Loyola las orientaciones fijadas por los tiempos modernos. Y así se explica que sus profesores colocasen a Copérnico en lugar de Ptolomeo, sobreponiendo el sistema heliocéntrico del primero al sistema geocéntrico del segundo, aunque la Iglesia condenara tales conclusiones por considerarlas reñidas con las Sagradas Escrituras. Asimismo y de acuerdo con Francis Bacon, protestaban ellos de los abusos del método deductivo contra los derechos de la inducción, con la misma sabiduría que los orientó al negar que el alma, erróneamente identificada con la ¨esencia del pensamiento¨ residiese en la glándula pineal.

(ref.7.ídem-9) Historia de la Isla de Santo Domingo, por D. Antonio Del Monte y Tejada. Tomo III. Capítulo VII, pág. 81.

Fueron los primeros religiosos en explicar a Descartes, Leibniz, Gassendi, Malebranche, Kepler y Newton, y muy especialmente al padre de la filosofía moderna, sin cuya profunda visión idealista habría sido imposible, quizás, obtener las fundamentales conclusiones del humanismo trascendental sustentado por Heidegger, Jaspers y don José Ortega y Gasset, entre otros pensadores interesados en resolver el problema de la esencia del conocimiento admitiendo la reciprocidad de perspectivas y el acceso recíproco de sujeto y objeto.

En el caso especifico de la cultura dominicana, el influjo jesuítico obró con la misma tendencia neorética que se le atribuye con respecto a todo el Continente. Las denuncias hechas ante los Padres Generales de la Orden en Roma, por el supuesto peligro atribuido a las nuevas ideas; y el hecho de que los profesores de filosofía de la Universidad de Santiago de la Paz y de Gorjón utilizaran como obra de texto los Comentarios a toda la Dialéctica de Aristóteles, del Pbro. Antonio Rubio, demuestra que aquí se repitió el fenómeno. «El padre y lumbrera de los peripatéticos mexicanos», según afirman los mejores conocedores de su notable personalidad como hombre pensante, se aparta de Santo Tomás y se acerca a Francisco Suárez al comentar el libro De Anima, y, muy en especial, por su sistema de concebir al principio de individuación, a juzgar por él consistente en «el modo sustancial por cuyo medio se perfecciona cada individuo en su orden».

Por otra parte, este nuevo hijo ilustre de la Abadía de Medina del Campo, cuna además del Eximio Doctor Francisco Suárez, fue partidario, en contraste con los filósofos de otras Ordenes, de las modernas teorías científicas.

En la obra de cultura realizada por la Universidad de Santiago de la Paz y de Gorjón figuraron como catedráticos, entre otros hombres de letras, los siguientes sacerdotes: P. Juan Prieto, P. Francisco Rojas, P. Vicente Pinazo y P. Antonio Colón, profesores de filosofía; P. Martin Garicano, P. Juan Guevara P. Miguel de Heredia, P. Tomás de Licita y P. Fernando Pinzón, profesores de gramática; P. Andrés García y P. Pedro Zabala, profesores de teología moral; P. Ambrosio Maya y P. José Suárez, profesores de teología; P. Jaime López y P. Miguel Gereda, profesores de gramática y teología moral; P. Matías Liñán, profesores de teología escolástica; y P. Ignacio Arredondo, profesor de derecho canónico (8).

Al sobrevenir la expulsión de la Orden Jesuítica, como secuela del jansenismo consubstancial con «el despotismo ilustrado» y la política afrancesada de Carlos III, contaba su Universidad con más de 20 «sacerdotes profesos», merced a los cuales había tomado conciencia el espíritu dominicano de las nuevas orientaciones del saber.

(cit.8). A partir de esta manifestación canónica se establece lo que se conoció como la Compañía de Jesús de Santo Domingo durante el periodo Hispánico.

Triunfante nuestras armas en la guerra sostenida contra los franceses en 1808-1809, y ya reincorporada al dominio de la Madre Patria la sufrida parte oriental de la Isla, se restableció la Silla Arzobispal y fue designado para ocuparla el Pbro. Dr. Pedro Valera Jiménez, quien había regresado de La Habana en julio de 1811, con amplios conocimientos del grandioso movimiento de renovación pedagógica y filosófica, dirigido por el Padre José Agustín Caballero y por su discípulo más aprovechado, el Pbro. Dr. Félix Varela, espíritu influido por Bacon, Descartes, Kant y otros pensadores de la época moderna; partidario de la enciclopedia y del ideologismo sustentado por Locke, Condillac y Destutt de Tracy; e interesado en fijar para la filosofía como trayectorias fundamentales: «a) la libertad del hombre; b) el conocimiento de las criaturas; c) el examen de los cuerpos y el movimiento, al cual considera alma del universo; y d) la ciencia pura y aplicada» (9).

Tales eran las preferencias del ilustre pensador cubano vinculado a la cultura dominicana por mediación de su tratado bivoluminal de lógica y metafísica: Institutiones Philosophiae Ecleticae, que escribió en latín para el Seminario de la Diócesis de Santo Domingo, a petición del Arzobispo Valera Jiménes, quien lo utilizó en el Curso de Psicologia Dogmática que hubo de instituir en el Palacio Episcopal al ser clausurados la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino y del seminario de San Fernando, por Orden de la Ocupación Francesa.

A la luz de esa misma obra, impresa en La Habana en 1812, sin mención de autor, enseñó el Padre Valera cuando obtuvo la cátedra del Seminario en la capital de Cuba, aprovechando la oportunidad para escribir el tercer tomo, cuya redacción fue hecha en español con la aquiescencia del Obispo de Espada (10). La tarea iniciada por el virtuoso prelado dio los frutos con tanto fervor apetecido, ya que el 6 de enero de 1815, Día de la Epifanía, concentraba sus labores por tercera vez la más vieja Universidad del Nuevo Mundo.

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(ref.9) Filosofía del Derecho y Estudios del Derecho, por Giorgio del Vecnico y Luís Recasens Siches. México, 1946. Tomo II, pág. 451.

(cit. ref.10) Episodios Dominicanos: el Arzobispo Valera, por Max Henríquez Ureña, Rio de Janeiro, 1944, págs. 232-233. Apéndices sustentados, foros de argumentaciones.

Hombres ilustres, muy bien compenetrados ya con las corrientes del pensamiento que fluían de Europa robustecidas por el liberalismo, la enciclopedia y el movimiento romántico, desfilaron por la rectoría de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Basta con mencionar a los doctores José Núñez de Cáceres, Juan Vicente Moscoso, Bernardo Correa Cidron y Andrés López de Medrano, para poner de manifiesto las nuevas inquietudes de la conciencia dominicana.

Por lo que respecta a las repercusiones de la cultura francesa en el proceso de integración de la cultura patria, es preciso admitir que cristalizó en orientaciones de tipo ideológico que sobreponían el interés patriótico al interés religioso.

Al hacer ontología de la historia nacional con la certidumbre que encarece el problema, se llega a una conclusión ineludible, no extraña, por cierto, en ninguno de los conglomerados en que devino hispánico el Continente. Aludo al fundamental influjo del romanticismo en los hechos que determinaron nuestro advenimiento al mundo de los pueblos libres. Sea cual fuere la rama de la filosofía del espíritu al través de la cual se le estudie; esto es, visto a la luz de la lógica, la estética o la ética, se trata de una potencia ideológica de tal consistencia que hay quienes le atribuyan finalidades tan vastas y fecundas como las del renacimiento.

Está por entero comprobado, en el caso dominicano, la tesis en virtud de la cual se afirma que ese movimiento del espíritu creador abandonó en nuestra América su conservadora postura europea, para convertirse en un decisivo factor de libertad y de poder.

En sus gravitaciones sobre el alma nacional, especialmente tocó el movimiento romántico en el dominio de la voluntad y del sentimiento. De ahí el relevante impulso que ejerció en José Núñez de Cáceres, en cuya Declaratoria de Independencia del Pueblo Dominicano, se lee: «Sabemos con evidente certeza que los hombres renunciaron a la independencia del estado natural para entrar en una sociedad civil que les afiance de un modo estable y permanente la vida, la propiedad y la libertad, que son los tres principales bienes en que consiste la felicidad de las naciones».

Tan decisiva fue la energía que le inspiró en lo político a Núñez de Cáceres, como la que en el campo literario hizo desarrollar para sobreponerse al espíritu clásico después de proclamada la República. El influjo horizontal que se le atribuye a Rousseau en toda Sudamérica, al repercutir en el pueblo dominicano estuvo inspirado por una doble filosofía de la concepción y de la acción que pasó del padre de la Independencia Efímera al grupo trinitario cargado de historicidad y de contenido patriótico.

Juan Pablo Duarte, según expresa Félix María Del Monte en sus Reflexiones Históricas sobre Santo Domingo, nació dotado de un espíritu indagador y filosófico; pero no pudo formarse en la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, por falta de edad. Uno de los más notables profesores de aquella «Sorbona Americana»: el Dr. Juan Vicente Moscoso, llamado «el Sócrates dominicano», ya por los años de 1827 y 1828 les había explicado las asignaturas filosóficas y se dedicaba a enseñarle derecho romano.

En 1830 ausentóse Duarte hacia Europa. En Paris atrajo su espíritu juvenil el maravilloso espectáculo del romanticamo, palingenesia anunciadora de equilibrios espirituales que promovió en lo más recóndito de su ser el concepto de jerarquía. En Barcelona señalaba la realidad política del momento un clamor de reivindicaciones consubstancial con el ideal democrático que sobrevino a la caída del sistema napoleónico; y al llegar a esa ciudad golpearon a sus oídos las recias palabras que le arrostró el capitán del barco español: «Tú no tienes nombre, porque ni tú ni tus padres merecen tenerlo, porque cobardes y serviles inclinan la cabeza bajo el yugo de los esclavos».

Con los estudios filosóficos se robusteció el alma de Duarte. Pensamiento y voluntad adquirieron en él consistencia y sentido para proyectarse con el impulso de las idea-fuerzas, y demostrar que la opresión haitiana y la libertad dominicana, como tesis y antítesis, habían menester una dialéctica basada en la templanza y el sacrificio: la dialéctica varonil y poderosa de los hombres que no aceptan, para su participación como factores de convivencia, otro confín que el determinado por sus propias fuerzas disciplinadas por las virtudes del espíritu.

La sublime tarea realizada por Duarte para libertar a su pueblo tiene en la filosofía, entre las ingentes causas que la condicionan, su más justificada razón de ser. En la escuela de La Atarazana se unieron el libertador y el maestro, para hacer disquisiciones filosóficas con la finalidad  básica de producir en los corazones de sus discípulos el fuego del amor a la libertad. Del mismo modo, en la escuela del Convento de Regina, instituida por el Pbro. Gaspar Hernández con el propósito de ofrecer su colaboración a la causa separatista, como una fuerza espiritual erguida entre el plantel y el convento, acopláronse lo filosófico y lo revolucionario en búsqueda de vigencia para una nueva patria americana.

Mediante la enseñanza de la filosofía influyó el pensamiento filosófico, como en otras naciones iberoamericanas, en la ideología política de los hombres que forjaron nuestra nacionalidad. Con la proclamación de la Independencia se vigorizó en la clase intelectual la idea de cultura. Por eso, tanto el Consejo Conservador como la Cámara del Tribunado, advirtieron que hay estrechas relaciones «entre el problema de la libertad y el nivel cultural del pueblo».

El Colegio Seminario Santo Tomás de Aquino, restablecido en mayo de 1848 por gestiones del Arzobispo Dr. Tomás de Portes e Infante, realizó hasta 1866, año en que se fusionó con el Colegio San Luis Gonzaga, una labor educativa de gran importancia, puesto que, tanto el Colegio de San Buenaventura, notable centro de enseñanza superior que continuó la tarea encomendada a la Universidad, suprimida por los haitianos, como las demás escuelas oficiales y particulares instituidas durante la primera República, tuvieron una existencia transitoria.

A juzgar por los programas de enseñanza, en el Seminario Conciliar hubo un acuerdo de lo tradicional con las tendencias liberales, ya que figuraban la gramática de Araujo o el arte de Nebrija, para el latín; la gramática de Salvá o el compendio de ella, para el castellano; la Ideología de Destutt de Tracy, para la lógica y la metafísica; el tratado de Mariano Vallejo, para el derecho canónico; extractos de los códigos franceses de la Restauración (año treinta), por Rogrón, para el derecho patrio; la obra administrativa de Bonín, para las lecciones de ciencias administrativas; y Bevaul de Belcastes, para la historia eclesiástica. En teología moral y dogmática, la elección de las obras fue atribuida al prelado.

La jerarquía de los textos estuvo en consonancia con la calidad de los preceptores seleccionados para explicar las asignaturas, entre los cuales figuraron hombres de conocimientos enciclopédicos, como el Padre Gaspar Hernández, el Dr. Elías Rodríguez, los hermanos Javier y Alejandro Angulo Guridi, Félix María Del Monte, el Padre Meriño y su brillante discípulo don Emiliano Tejera.

Estudiando la evolución intelectual de Santo Domingo, afirma Pedro Henríquez Ureña que tanto en las normas filosóficas como en el orden pedagógico, duró el espíritu clásico hasta la década de 1870 a 1880, año este último a partir del cual estalló la lucha entre ese espíritu y el de los tiempos medemos, por impacto de la educación antigua, fomentadora de aficiones históricas y políticas, y la educación nueva, partidaria además de las ciencias positivas (11).

El admirable movimiento renovador impulsado por las agrupaciones culturales denominadas La Juventud, La Republicana, Amigos del País y Amantes de la Luz, constituye el mejor testimonio en cuanto afirma el insigne humanista dominicano,

(cit.ref.11) La vida intelectual de Santo Domingo. Revista Ateneo, en edición del mes de diciembre de 1910. Compendio y recopilaciones de Apuntes de formación históricas, políticas y filosóficas. Formación de pensamientos y Educación (compilaciones de Ed. Ateneo, No. 266).

Mientras en la ciudad de Santo Domingo se reunían jóvenes y adultos de uno y otro sexo, para escuchar la autorizada palabra de don Román Baldorioty de Castro, maestro sapientísimo, cuyas enseñanzas eran auspiciadas por la sociedad Amigos del País, en Santiago de los Caballeros, patrocinaba la de Amantes de la Luz un ciclo de actos culturales que tuvo como punto culminante una conferencia del Padre Luciano de la Concepción Santana, notable miembro del clero cubano inspirado por los mismos ideales de Patria y Filosofía de quienes se habían distinguido en la Perla de las Antillas por su decidida «ilustración», el Obispo don Luís de Peñalver y los Padres Félix Veranes, Félix Varela y José Agustín Caballero, cuyos empeños educativos estuvieron enderezados a renovar el alma cubana de acuerdo con los requerimientos de las nuevas ideas.

Versó el Padre Santana acerca del tema: Objeto, Utilidad e Importancia de la Filosofía, y al desarrollarlo hizo repercutir su pensamiento con vigoroso impulso en los vastos campos del llamado enciclopedismo cristiano, influido por la filosofía socrática, en cuanto pone como fin de la filosofía el conocimiento de sí mismo; por la filosofía aristotélica, en cuanto determina la conexión de lo psíquico, lo orgánico y lo fisiológico, dando fundamento a la doctrina de la asociación, así como también por su especial postura frente a la disputa del materialismo y el espiritualismo; y por la filosofía hegeliana, en cuanto se vincula con la teoría de la triada. La unidad, la variedad y la armonía que él identifica con la tesis, la antítesis y la síntesis, tienen como fundamento el «Ser que designa el conjunto de caracteres lógicos y predicables que tiene en sí toda realidad; la Naturaleza como manifestación de lo real en los seres físicos y orgánicos; y el Espíritu como interioridad en esa realidad» (12).

Los anhelos de paz, de libertad y de cultura que estremecían el alma del pueblo dominicano, obtuvieron en el Padre Santana su mejor afirmación y uno de sus más elocuentes sustentadores. Por su fuerza dialéctica y su claro método de exposición, por su racionalismo y su fe axiológica, la conferencia de que se trata constituye una de las piezas filosóficas de mayor interés escritas en el país.

Un acontecimiento de vital importancia registró la historia de la cultura dominicana en 1880, año en que, por gestiones del prócer restaurador Gregorio Luperón fue encomendada a Eugenio María de Hostos, insigne pedagogo moralista, la ardua tarea de organizar la educación pública, y tan eximio profesor, al introducir en la República su escuela nacionalista, ¨adoptó del positivismo la fe en las ciencias positivas como base de los programas de enseñanza¨.

(ref.12. idem-2) Historia de la Filosofía, por Emilie Brehiér- Buenos Aires, 1944, pág. 626.

La educación tradicional dio en Santo Domingo frutos magníficos. Patricios, hombres de Estado, historiadores, abogados de nota, médicos eminentes, escritores novelistas clásicos y románticos; poetas líricos, épicos y dramáticos. Toda una pléyade de ciudadanos incorporados al proceso de más auténtica cultura. No obstante ello, el mensaje hostoniano, tanto en lo pedagógico como en sus manifestaciones sociológicas,  jurídicas y morales, llegó en momento oportuno. Si en primer aspecto se esmeró Hostos en transformar los estudios, reorganizar los programas, introducir métodos nuevos, con respecto a lo demás no podía revestir mayor interés, puesto que la anarquía, considerada por él como «un estado social» y no como «un estado político», imperaba en todas las instituciones de la infortunada República que «estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos de falta de conciencia en su conducta, porque había intentado todas las revoluciones menos la única que podía devolverle la salud, restableciendo su conciencia y razón: la revolución de la enseñanza».

«Dadme la verdad –decía el apóstol– y os doy el mundo. Vosotros sin la verdad destrozaréis el mundo; y con verdad, con sólo la verdad, tantas veces yo reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis destrozado. Y no solamente os daré —agrega– el mundo de las organizaciones materiales, os daré el mundo de lo orgánico, junto con el mundo de las ideas, junto con el mundo de los afectos, junto con el mundo del trabajo, junto con el mundo del progreso, junto —para disparar el pensamiento entero– con el mundo que la razón fabrica perdurablemente por encima del mundo natural» (13).

Ahora bien, como la incorporación de América Hispánica al panorama de la cultura occidental, y acaso también, su influjo en el drama de esa cultura ha de realizarse con sujeción a las concepciones de sus grandes hombres, por una parte se ha reclamado mayor atención y más amor para el mensaje de aquel cerebro magnífico y, por otra parte, aunque reconociendo los méritos que encierra, se le encaran algunos defectos. Mas resulta evidente que, cuando la escuela hostoniana comenzó a desplegar sus actividades, la simiente del escolasticismo perduraba aún en nuestros centros de enseñanza. El Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino y el colegio San Luís Gonzaga, que es como decir Monseñor Meriño y el Padre BiIlini, mantenían en vigencia muchas orientaciones cuyo desplazamiento resultaba urgente para el progreso intelectual del país (14).

(cit.13) Discurso pronunciado en la Escuela Normal de Santo Domingo, en 1884, al graduarse de maestros los primeros discípulos del pensamiento hostosiano.

(Ídem 14/pág. 76).

Fiel a las directrices del ideario pananteista, Hostos no sólo rechazaba la escolástica, sino que, como educador, político y sociólogo no compartía del todo la tradición. De ninguna manera se debe olvidar que él surgió a la vida del espíritu en la misma época en que la república española preconizaba gran parte de las ideas planteadas por el krausismo, las cuales compartió con dignidad y vigor, en un frente de vanguardia señoreado por Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate y otros no menos notables. Además es preciso admitir que los krausistas españoles inspiraron sus ideas con respecto a la libertad de la enseñanza.

No soy partidario de la autocracia cientificista, porque malogra los más preciados valores del espíritu; pero considero que la escuela hostosiana resultó la fórmula por excelencia para inspirarle orientación práctica al pueblo dominicano en aquellos tristes días de vida desordenada y romántica a la vez, tan salpicados de sangre fratricida como urgidos de integración política y cultural.

El influjo de Hostos en la vida cultural dominicana fue decisivo por lo que apunta a la formación de maestros de altas condiciones morales e intelectuales; pero no en cuanto al desarrollo del espíritu filosófico, cuyo advenimiento se está realizando en Santo Domingo con gran lentitud.

Tanto la educación tradicional como la moderna, dieron a las letras patrias numerosos escritores en quienes las facultades de aprehensión y entendimiento, unido a la intensidad de sus ideas, constituyen los mejores testimonios de sus aptitudes para el ejercicio metódico de la actitud pensante. Por otra parte, no podría discutirse, sin incurrir en un error de apreciación la cultura filosófica de Antonio Sánchez Valverde, Juan Moscoso, Juan Duarte, Francisco del Rosario Sánchez,  Francisco Muñoz Del Monte, Rafael María Baralt, Félix María Del Monte, Alejandro Angulo Guridi, Elías Rodríguez, Fernando Arturo Meriño, Mariano F. Cestero, José Lamarche, Juan Alejandro Llenas, Manuel Arturo Machado, Fernando A. Defilló y otros; pero no menos cierto que, al irrumpir con el  siglo XX, la edad contemporánea de la filosofía, sólo Andrés López de Medrano había hecho una aportación de interés fundamental para la historia de la filosofía dominicana en sus prolegómenos de lógica.

Durante la primera década de ese siglo surgieron dos pensadores al escenario de las letras patrias, me refiero a Luís Arístides Fiallo Cabral y Francisco Eugenio Moscoso Puello, autor de ensayos científicos y filosóficos.

La trayectoria continuó con Federico García Godoy, Pedro Henríquez Ureña, críticos filosóficos dotados de erudición y profundidad conceptual.

Mas la filosofía está aflorando en Santo Domingo con firmes perspectivas al conjuro del movimiento de reivindicación nacional acaudillado por Rafael Leonidas Trujillo Molina, en cuya obra de gobierno se advierte el influjo de la filosofía biologizante en estrecho nexo con la filosofía pragmática. Sin haber afirmado con los pensadores del primer grupo «que encierra más el devenir que el ser», y sin opinar con los del segundo, «que lo útil es lo verdadero», tan ilustre directivo se presenta cada día con nuevos ímpetus vitales, porque ama lo fluyente, y es un ejemplo de acción constructiva, porque no ignora que la esencia de la verdad humana está vinculada a los hechos objetivos.

Al correr de la Era de Trujillo están realizando sus obras como hombres de pensamiento filosófico, Andrés Avelino, Juan Francisco Sánchez, Pedro Sánchez, Fabio Mota, Haim E. López-Penha, Salvador Iglesias, Manuel María Guerrero y Antonio Fernández Spencer, quien comienza a descollar como crítico filosófico. Viriato A. Fiallo, director del desaparecido grupo Kant, que ha permanecido inactivo en los últimos tiempos.

Temas metafísicos, gnoseológicos, éticos, lógicos, axiológicos, estéticos, psicológicos y sociológicos, informan el panorama de la realidad filosófica en Santo Domingo. De ahí que, por fortuna para la cultura dominicana, vaya aumentando el número de los que, guiados por las refulgencias de la razón, reconocen de acuerdo con el Conde de Keyserling: «Que la vida humana únicamente adquiere sentido cuando sus procesos empíricos dejan de ser para el hombre últimas instancias, y se convierten en medios de expresión de algo más alto o más hondo».

NOTA: Este artículo forma parte de una obra en preparación intitulada ANTOLOGIA DEL PENSAMIENTO FI LOSOFICO EN SANTO DOMINGO.