Por Eduardo Adsuara. Profesor de la Universidad de Madrid

No sería difícil traer a estas páginas la serie indefinida de dicterios que en los últimos decenios han venido recayendo sobre la Sociedad Moderna. La crisis de los valores morales –amor, oración, verdad, responsabilidad, etc– viene de muy lejos. Quizás del Renacimiento. Pero es en este tiempo cuando se muestra en toda su magnitud.

El portentoso avance de la Técnica ha llevado al límite la capacidad de resistencia y adaptación del hombre. Rodeado de comodidades, prisionero de mil pequeños artefactos, esclavo de infinidad de exigencias, el hombre moderno ha venido a dar en agónico servidor de un pueblo de máquinas. La antigua nobleza y dignidad humanas ha sido envilecida y degradada. El hombre ha sido burlado y su libertad negada.

Tal es el nuevo estado de esclavitud moderna. Porque en la antigua sociedad, el hombre guardaba la libertad de su espíritu; aún más: la dureza de vida, la esclavitud física, los castigos corporales, llenaban de fibra el espíritu y de ansias rebeldes la emoción de sus almas. Pero esta nueva sociedad moderna ha atacado con éxito el trasfondo mismo de toda posible rebeldía humana. Ha ablandado los resortes del espíritu del Hombre, lo ha rodeado de facilidad, de molicie. Y el espíritu ha languidecido –y aún en muchos casos muerto– como muere una flor asfixiada, en una atmósfera sin oxígeno.

La ruptura entre el hombre y su medio, la desarmonía entre las diversas partes de su naturaleza; la falta de voluntad; el desconocimiento de la inteligencia y como conclusión irremediable el fracaso de su vida intima; tal es el fruto ácido de una sociedad que se volvió contra el hombre. Las máquinas como en las viejas farsas del teatro de muñecos han cumplido la más feroz de las aventuras: la de reducir a servidumbre al hombre mismo que las inventare.

Hay, por todas partes, quien da la voz de partida, de alzamiento, en esta nueva cruzada que se aproxima. No son ya lejanas tierras que redimir, ni peligros turcos que detener, ni legendarios tesoros que conquistar. Se trata de algo mucho más importante y a la vez mucho más difícil: la reconquista del Hombre. Este es el fin de toda ciencia, de toda técnica y de toda filosofía. Sin ella, la vida no merece la pena de ser vivida. Pero esta Reconquista debe ser hecha con las mejores armas. No con frases ni con buenas intenciones. Sino poniendo la mano en el surco y los ojos en las estrellas. Allí donde está la verdad y la vida no es más que una.

Reconquistar el Hombre. Construir Hombres Civilizados. Mejorar Civilizados. Mejorar la Vida Humana. Tal es el papel que deben jugar la ciencia, la filosofía y la técnica en nuestro tiempo.

La Ciencia, investigando todas las parcelas del quehacer humano. Ensanchando nuestro conocimiento del hombre. Proporcionando datos positivos sobre toda su naturaleza.

La Filosofía, reduciendo a unidad todos los saberes parciales, así vengan de la Mística o de la Biología, de la Física, de la Neurología, de la Economía o de la Educación. La Técnica, construyendo una sociedad humana donde puedan vivir verdaderos hombres sin degenerar.

La Educación como arte de conducir supone una ciencia, una filosofía y una técnica. Nada supera en importancia a la tarea de formar educadores. Pero esta formación exige una realidad firme y amplia. En ella se apoya. De ella se nutre. La crisis de la educación moderna tiene su raíz en un concepto falso de lo que el Hombre es. Conocemos apenas qué es el cuerpo, cómo se desarrolla, cuáles son sus valores físicos y cómo hacer su educación correcta.

Apenas si sabemos qué es el Alma, el afecto, la emoción directa, instintiva, subconsciente. Ignoramos casi plenamente lo que es el Espíritu, la voluntad libre, cómo desarrollarlo y elevarlo. Pero el Hombre no es –en modo alguno– la mera unión de estos tres elementos. Sino una unidad radical nueva: una intimidad, en la cual se inscriben una serie de valores, que sin dejar de ser naturales e históricos, son ya sobre-naturales y sobre-históricos: los valores morales. La Educación –como actitud plena– no puede ser más que una: la educación moral. Las otras tres –la física, la psicológica y la mental– no pasan de ser meras instrucciones parciales y sin sentido. Y esta educación moral es filosofía, porque filosofía es vida intelectual y vivir intelectualmente es vivir –como ha dicho Xavier Zubiri– en la verdad; es decir, en contacto radical con la realidad misma de las cosas. Cuerpo, Alma, Espíritu, Intimidad.

La educación actual agoniza. No para morir, sino para vivir más verdaderamente. La crisis es necesaria para encontrar la clave de lo que debe ser.

Los valores morales, la conducta moral, no son ajenos a los valores físicos, psicológicos o mentales. Y la Educación ha de tender a desarrollar armónicamente todos y cada uno. Educar es desarrollar la inteligencia. Sí; pero siempre y cuando se considere a la inteligencia, no como razón, como logos, como espíritu, como mente; sino como «inteligencia sentiente» abierta a las cosas para captar la «impresión de realidad» que de ellas se desprende antes que cualquier otro dato.

«El gran error de la Filosofía –ha dicho Xavier Zubiri– ha sido el de identificar inteligencia y razón; cuando la razón no es más que un uso: el uso visual de la inteligencia». También Bergson contrapone Intuición a Inteligencia. La inteligencia-para Zubiri– consiste en estar en contacto con la realidad. El hombre es el único animal de realidades, está necesariamente vertido a las cosas, abiertos a ellas, y esto por ser «inteligencia sentiente».  Quiere decir que si la Razón es el uso visual de la inteligencia –la «e-videncia»–, la Intuición es el uso auditivo de la inteligencia. Dos mundos culturales contra-puestos vienen a dar irrefutable prueba de cuanto aquí se dice: Occidente (que es Grecia, el logos, la Nus, la Ciudad, las artes plásticas y visuales) y Oriente (que es el Pathos, la intuición, la soledad, lo mágico, las artes auditivas, etc….) Cuando ambos modos de inteligencia se completan –el lógico de occidente y el mágico de oriente– el contacto con la realidad es más profundo: el hombre es más inteligente. Tres grandes revoluciones se han operado: la de Einstein en la Física, la de Freud en la Psicología y la de Marx en la Economía. No es puro azar que los tres sean judíos; es decir, herederos de toda una tradición cultural no helénica, no visual, no racional, no matemática y sí, en cambio, auditiva, intuitiva y poética. La Razón es el uso visual de la inteligencia (espíritu-libertad-consciencia) en la misma medida que la Intuición es el uso auditivo de la inteligencia (alma-instinto-subconsciencia). Educar la inteligencia supone, pues, un llevar lo más lejos posible el desarrollo de estos valores: tanto los racionales como los intuitivos; los no-éticos como los patéticos. Sería necesario deslindar exactamente Noología y Psicología, dejando para ésta el estudio de los fenómenos instintivo-afectivos y para aquélla el de los volitivos racionales. Sería necesario abocarse a un análisis riguroso de los diversos contenidos culturales, en la poesía, en los colores, en la mística, en la historia de las religiones.

Pero no de una manera vaga e inconexa, sino articulando cada nuevo conocimiento, en el mosaico común de una Nueva Antropología. ¿Cómo explicar la telepatía, la clarividencia, la sugestión, la telekinesía, las experiencias místicas y, en fin, los hechos de la radiestesía? ¿Qué relación existe entre las longitudes de onda del color de nuestras auras y nuestra personalidad auténtica? ¿Por qué un color excita y otro sosiega? ¿Por qué la liturgia usa el rojo, el morado, el verde, etc.? Una profunda y radical unidad subyace a esta serie de interrogaciones. El Hombre, desde su Intimidad, responde plena y originalmente a la vida. Pero estas respuestas son tanto más inteligentes, cuanto más reales. El conocimiento de la verdad no es puramente lógico, racional, matemático. El poeta llega irracionalmente a la realidad; y aún, quizás, antes que el científico.

Espíritu y Alma; Libertad e Instinto; Razón e Intuición; Logos y Pathos; Vista y Oído; Técnica y Arte; Conocimiento y Sabiduría; Occidente y Oriente. Tal es el esquema bipolar del que se viene tratando.

Junto a la vida instintiva del hombre —que va desde las sensaciones del Cuerpo a las emociones del Alma– la vida libre del Espíritu, con sus voliciones, cierra este triángulo de su Naturaleza e Historia. Sobre él se yergue el vértice sintetizador de su intimidad, concepto antropológico esencialmente cristiano, el «hombre interior» de S. Agustín, dentro del cual —como dice Cristo en el Evangelio— «está el Reino de Dios». La vida del instinto «ensimisma», encierra dentro de sí, en soledad. La vida de la libertad «altera», abre a los otros, en compañía. La una es Naturaleza. La otra es Historia. La vida de la religión «comulga», unifica, en soledad acompañada. Esta vida es Dios.

Naturaleza, Historia, Dios. Vivir en Dios es decir, vivir en Intimidad, vivir en la Verdad, vivir intelectualmente, Filosofía no es renunciar a la Naturaleza (cuerpo y alma) o a la Historia (espíritu); sino trascender la profunda antinomia en una síntesis de ambas; con fidelidad a una y otra.

Ni amor de gaita -que es lo sensitivo, lo telúrico, lo inmediato —ni amor de lira que es lo intelectual, lo radiante, lo futuro—. Ni Ensimismamiento ni Alteración. La vida del Hombre en su plena intimidad es Comunión. Porque —como dice Zubiri— «el hombre no tiene religión; consiste en religión». Esta idea total del Hombre, como centro de sí mismo, ha ido perdiendo a lo largo de los años, su pureza primigenia. Ni el Vitalismo, ni el Historicismo pueden dar cabal idea de la vida natural humana. A no ser que se trascienda —como ha hecho Ortega— en una síntesis de la Razón-Vital; cuyo único defecto radica en no haber sabido vivirla en el solo plano en que eso es posible: el de la Intimidad religiosa, sobre-natural y sobre-histórica.

La educación moderna olvidó el desarrollo de los valores espirituales. La facilidad de vida, la persecución del confort, la negación de todo sacrificio, ha ido atrofiando progresivamente este principio de comunicación con la sociedad que es el Espíritu. Y el hombre se encuentra hoy solo, egoísta, a merced de su instinto, sin solución íntima y radical.

A semejanza del agua que requiere la presencia de dos hidrógenos y un oxígeno para hacer una molécula, el hombre también requiere la presencia de dos instintos: Cuerpo y Alma- y una libertad –Espíritu– para dar una intimidad.

Cuerpo y Alma —sensaciones y emociones– son los caracteres sexuales secundarios y terciarios de los biólogos. Son sexo. Espíritu –en oposición– es libertad. Sexo y Espíritu; Naturaleza e Historia; Vida y Razón; Soledad y Compañía. He aquí la agónica situación del hombre moderno, abandonado al libre juego de sus fuerzas disyuntivas. Sin Intimidad, con una «vida privada» como único punto de referencia desde el cual ordena su conducta, el hombre de hoy es el fruto exacto de una educación que está en crisis. ¿Desde qué supuestos filosóficos ha de renacer esta formación de hombres? Y, sobre todo, ¿para qué han de servir esos hombres civilizados que construyamos un día?

Tales preguntas —origen y meta de una Nueva Pedagogía— están hoy en el ánimo de cuantos se inclinan, con el espíritu atento, sobre la ruina moral de nuestra Sociedad Moderna.

No puede pretenderse darles inmediata respuesta. El Hombre forma una unidad indestructible; no sólo en sí, sino también con su medio histórico, geográfico, cultural, étnico, religioso y político.

Tomad el Ecuador como eje y veréis que los habitantes de cada país se organizan en dos grandes zonas; una próxima al Ecuador –lógicos-extravertidos-razonadores- y otra alejada del Ecuador –mágicos-introvertidos-intuitivos–. Pensad, a título de ejemplo, en Irlanda, Gran Bretaña y Galicia, los tres focos culturales de la raza celta, con su perfil definido de tradiciones y su encuadre geográfico correspondiente. No hay dudas: los hombres lógicos se acercan al calor; los hombres mágicos se alejan del calor. Pero esta ley de los opuestos que se complementan aparece claramente en la Historia: Cataluña, pueblo mágico, busca la clara lucidez de Europa. Andalucía, pueblo lógico, se lanza a la oscura virginidad de América. A los gitanos: será fácil encontrarlos en un ambiente lógico. En uno mágico, se diluyen, se desarticulan. Los pueblos  —como los hombres— presentan un aspecto externo que es lo contrario de lo que son profundamente. Hay una oculta ley que rige estos pares de oposiciones. No suele ser fácil saber si alcanzamos el nivel de las auténticas realidades. O quedamos en la máscara.

¿Por qué el color verde es signo de esperanza, de vida, de sexo? ¿Por qué el rojo lo es de martirio? ¿Por qué lo es el morado de penitencia?

En el triángulo de la humana Naturaleza e Historia, ésta corresponde al espíritu –  rojo- y aquella al cuerpo –amarillo- y el Alma -azul-. El verde es la fuente de toda Naturaleza, de toda esperanza, de todo sexo. El rojo es el sacrificio de la vida. El violeta es el triunfo de la muerte, la mortificación del cuerpo. La síntesis de los seis colores en la intimidad —rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta— da el blanco: plenitud, equilibrio, valores morales, vida religiosa.

Atenas y Roma —pueblos rojos— ¿no son los creadores de la Razón, del Derecho y en definitiva de Occidente? ¿No dijo Verlain «L’artc’est azur»? La Naturaleza es verde, el sexo es verde. La visión del verde ¿no apacigua? La visión del rojo ¿no excita?

Cuando tantas controversias se desatan sobre la idea del Hombre ¿no sería bueno preguntarse desde qué ámbito han sido planteadas las premisas?

He aquí algo que está en la base misma de cualquier trabajo científico. Los colores, la música ¿no son emisión de ondas? La Intimidad ¿no vendría a ser una estación de sintonía? ¿Hasta dónde no puede llevarnos una hipótesis que reduzca a unidad todas las manifestaciones antropológicas y culturales de nuestra Sociedad? Si la Educación tiene por misión desarrollar la inteligencia y la inteligencia es «estar abierto a la realidad de las cosas», ¿cuál debe ser el orden de esta progresiva educación humana, sobre la base de su Naturaleza e Historia, su instinto y libertad?

La vida entera del Hombre se desarrolla en dos planos: uno el constituido por su Cuerpo —sensaciones-conducta física su Alma —emociones-conducta psíquica— y su Espíritu —voliciones-conducta mental—; y otro, por su Intimidad-respuestas-conducta moral–. Cuerpo y Alma son sexo, son instinto, son Naturaleza. Espíritu es libertad e Historia, La Intimidad es Sobre-Naturaleza y Sobre-Historia. Estas tres leyes —Naturaleza, Historia, Dios– tienen perfecta correspondencia con las que enuncia Alexis Carrel: Conservación de la Vida, Propagación de la Especie y Elevación del Espíritu. La angustia —desarmonía en el plano noo-psico-somático— y el pecado, no son dos fenómenos ajenos entre sí, sino fruto de una misma y radical deficiencia. La angustia y el pecado de nuestro tiempo consisten en haber fundamentado toda la vida humana sobre el sexo de su Cuerpo y el sexo de su Alma: tal es la situación moderna. Sin duda, la tarea más urgente hoy, es la de rescatar al Hombre del imperio de su Sexo. Ante todo, encarándolo con la realidad del mundo que lo rodea. Después desarrollándole el Espíritu. Por último, elevando su vida al plano de la Intimidad.

Educación manual. Educación de la Voluntad. Y Educación de la Alegría; tales son las tres educaciones que una Pedagogía consciente debe poner en marcha para formar plenos Hombres Integrales.

La primera formará la inteligencia que, como dice Zubiri, no consiste en pensar, sino en «captar la impresión de realidad que las cosas nos muestran». La segunda nos abrirá al mundo de los otros, rompiendo nuestro egoísmo instintivo. La tercera ejercerá un equilibrio entre todas nuestras funciones físicas, psíquicas y mentales, ordenándolas en unidad y síntesis. У Sin esta educación de base que desarrolla el pleno orden natural, histórico y religioso de nuestras más auténticas realidades, toda otra pedagogía no pasará de ser literaria y superflua

Trabajo Manual. 1o. Desarrollo de la Voluntad. 30. Educación de la Alegría. Sin estos tres objetivos, no puede existir una auténtica Educación, La educación de la Voluntad nos hace más libres, nos desarrolla el Espíritu, nos saca de nuestro egoísmo y nos pone en contacto con la sociedad. El Trabajo Manual nos pone en radical y estrechísimo contacto con las cosas: nos vierte a la realidad del mundo y nos da la posibilidad de una seria y rigurosa vida intelectual.

La Educación de la Alegría nos eleva a un plano sobre-Natural y sobre-Histórico, nos enfrenta con las cosas y nos da la síntesis Moral, que es la propia Unidad de la Vida Humana. La Inteligencia del Hombre consiste en estar «frente a las cosas». Es decir: «con ellas, pero frente a ellas».

Oriente ha sabido situarse: «con las cosas; pero entre ellas». Occidente ha sabido hacerlo: «frente a las cosas; pero sin ellas». Oriente es fundamentalmente Animal (Alma: pathos). Occidente es fundamentalmente Espiritual (Espíritu: logos).

«Catolicismo y Protestantismo, como formas de vida», ha titulado un libro suyo Aranguren. Así es, en efecto. Razón e Intuición, Espíritu y Alma, Occidente y Oriente, son los supuestos del talante religioso.

La Educación del Hombre —tanto más si este Hombre es Hispánico; es decir Mestizo– ha de salvar este abismo entre una y otra cosa. Ha de volver a la Síntesis Total. Porque esta Unidad se ha roto, nuestro Tiempo se debate entre Marxismo (socialista y comunista) y Democracia (individualista y capitalista); Protestantismo (auditivo e individual) y Catolicismo (visual y social); Arte (pensamiento mágico-poético) y Técnica (pensamiento científico-matemático); Oriente (pático e intuitivo) y Occidente (lógico y racional).

En la posibilidad de hacer una Pedagogía de Síntesis  —Desarrollo de la Voluntad, Trabajo Manual y Educación de la Alegría— radica la única salida que el Hombre tiene para salvar la Crisis de Nuestro Tiempo.