Por VICTOR M. VALENZUELA

Por VICTOR M. VALENZUELA

Catedrático de la Universidad de Columbia, New York

Alfonso Reyes, el erudito mexicano, no se equivocó cuando en cierta ocasión afirmó que los hispanoamericanos habían ya alcanzado «la mayoría de edad para crear una cultura.»

En los últimos veinticinco años han surgido en todos los países hispanoamericanos hombres que seriamente buscan una expresión propia de lo que constituye la realidad americana. Este despertar filosófico no es simplemente un despertar de individuos aislados analizando o comentando escuelas filosóficas europeas, sino una profunda preocupación por conocerse a sí mismos, lo que luego dará las bases para desarrollar una filosofía que exprese el sentir o más bien la personalidad del hombre de estos países en su circunstancia presente.

Jorge Millas

Este movimiento renovador es, además, una prueba convincente de que los pueblos de Hispanoamérica se estánindependizando intelectualmente de las ideologías europeas y que están entrando en un estado de madurez que implica la necesidad de buscar una expresión propia que luego permita la creación de una cultura en la cual estarán contenidos los valores del futuro hombre hispanoamericano.

Esta inquietud por analizar problemas de índole filosófica no es ya simple curiosidad sino estudios serios a los cuales varios jóvenes han dedicado la vida y hasta hoy  han dado muestras de sinceridad y entusiasmos, como vemos más adelante al referirnos a la labor creadora que en este campo han aportado Jorge Milas y Waldo Ross.

Pero antes de entrar de lleno en el propósito de este trabajo será conveniente conocer algunos antecedentes sobre la evolución del pensamiento en Chile. Comenzaremos por afirmar que, con una excepción, durante la Colonia no hubo serios pensadores que contribuyeran a los estudios filosóficos de esa época.

Manuel Lacunza (1731-1801), jesuita chileno, fue la excepción. Su obra capital, La venida del Mesías en gloria y majestad, fue el blanco de duras críticas y base de polémicas aun no aclaradas. En este libro, producto de treinta años de estudios bíblicos, Lacunza afirma, basado en la doctrina de los Milenarios, la segunda aparición del Mesías en la tierra. El 6 de septiembre de 1824 esta obra fue condenada al Index del Vaticano por defender una equivocada interpretación de los capítulos 18 y 20 del Apocalipsis de San Juan.

Durante los años que siguieron al período de la Independencia José M. Varas (1807-1833) y Ventura Marín y Recabarren (1806-1877) publicaron folletos en los cuales difundían las ideas filosóficas del sensualista Condillac con el propósito de reemplazar las ideas aun imperantes del escolasticismo medioeval. Más que filósofos profesionales eran reformadores e inquietadores sociales que preparaban el terreno para que futuras generaciones, en circunstancias más favorables, pudiesen dedicarse con serenidad a los problemas del espíritu.

Pero el que construyó bases sólidas para el cultivo de la filosofía en Chile fue el ilustre maestro venezolano don André Bello (1781-1865). Su poderosa mente lo abarcó todo. Pedagogo, filólogo, hombre de ciencias, poeta, ensayista, jurista, filósofo, durante sus treinta y seis años de permanencia en Santiago, hasta el día de su muerte, estimuló con sus enseñanzas a toda una generación de jóvenes al estudio y propagación de las ciencias y los valores espirituales. En sus escritos sobresalen la sinceridad, la mesura y su vasto saber humanista. A esta labor de difusión cultural es necesario asociar el nombre de don José Joaquín Mora, español que junto a con don Andrés Bello son los formadores de la primera generación literaria que apareció en Chile, en 1842.

Entre los alumnos de Bello y de Mora citaremos a José Victorino Lastarria (1817-1888) y a Francisco Bilbao (1823-1865) agitadores que basados en las ideas positivistas de Stuart Mill y Hamilton combatieron tenazmente las doctrinas e instituciones basadas en las enseñanzas del escolasticismo. En su afán por estimular la completa separación ideológica que aun ligaba Hispanoamérica y en este caso Chile a España, Lastarria afirmaba en 1842 que los intelectuales de las repúblicas de América no debían imitar la literatura española ni menos sus ideologías. Es necesario, decía, ser original, crear una personalidad propia ya que todo cuanto necesitamos lo poseemos en nuestro continente.

Los hermanos J. E. Lagarrigue (1852-1927) y Jorge Lagarrigue (1854-1894) fueron los primeros que se dedicaron seriamente y como profesionales al cultivo de la filosofía. Ambos eran discípulos de Comte. Jorge, junto con el brasilero Miguel Lemos, divulgó por Hispanoamérica el culto de la religión de la humanidad, positivista comtiana.

Después del primer cuarto del siglo XX el interés por los estudios filosóficos se acentuó. En 1925 apareció en Chile el Funcionalismo, doctrina de tendencia socio-filosófica que según Oscar Álvarez Andrews «consistía en mirar todos los fenómenos de la vida dentro de una visión de conjunto, tanto en su horizontalidad (relación con otros fenómenos simultáneos) como en su verticalidad (relación con el origen y la evolución posterior del mismo fenómeno)» El Funcionalismo no llegó a echar raíces sólidas y pronto cayó en la indiferencia y el olvido. Sin embargo, su aparición coincide con un periodo que luego se caracteriza por el insistente deseo de determinar dentro de la realidad chilena una expresión autónoma que defina lo chileno.

Entre estos estudiosos mencionaremos a don Enrique Molina (1871) que simboliza, por una parte, el desarrollo de la filosofía en Chile y más ampliamente lo que caracteriza al hombre hispanoamericano: su capacidad ilimitada para absorber y luego moldear a su circunstancia las doctrinas filosóficas del extranjero enriqueciendo de esta manera sus conocimientos sin que por ello sufra su propia individualidad. Este pensador, que más que pensador es un forjador de almas, ha divulgado y estimulado, gracias a su eterna juventud y curiosidad, a cientos de estudiantes al cultivo de los problemas del espíritu. La obra escrita por este educador es prolífica y entre ella sobresale su libro De lo espiritual en la vida humana. En ella está contenido su pensamiento filosófico, el cual gira en torno a la idea de lo espiritual. Dice Molina: «Lo espiritual existe y existirá mientras haya vida humana como una función de nuestro ser, función que supone la actividad orgánica de la substancia primitiva, llámese cuerpo, materia o como se quiera. Lo espiritual no es principio, sino un resultado que a la vez se convierte en causa. No es la causa eficiente de nuestras creaciones sino la flor de nuestra actividad creadora que, en forma concreta, se incorpora en obras y en forma abstracta en valores. Suponiendo aun que existiera el espíritu universal de que hemos venido ocupándonos, éste no se manifestaría para nosotros sino por medio del hombre y a través del hombre.» (1)

Clarence Finlayson (1913-1954). La importancia de Finlayson estriba en que fue el primero en construir una filosofía católica chilena, lo cual señala un paso entre el que divulga y comenta escuelas filosóficas y el que las crea. Prometía ser uno de los valores del pensamiento en Chile, pero por razones aún no bien aclaradas se suicidó estando aun en plena actividad creadora. Entre sus obras se destacan por su originalidad: Dios y la Filosofía, Intuición del Ser o Experiencia Metafísica, el problema de Dios, etc., Jacques Maritain dijo de él: ¨Era un metafísico de la más pura raza¨.

Jorge de la Cuadra es también uno de los cultivadores de los problemas del espíritu y que ha ensayado su talento en su obra Filosofía de la realidad, en la cual ha demostrado poseer la perseverancia y la profundidad de un futuro filósofo.

Y antes de poner término a esta síntesis de la evolución del pensamiento en Chile queremos subrayar algunos acontecimientos que eran necesarios para complementar este despertar espiritual: la fundación en Julio de 1948 de la «Revista de Filosofía», auspiciada por la Universidad de Chile y la formación del Centro de Filosofía en Valparaíso en 1950. Todos estos hechos indican claramente una necesidad por indagar lo propio para adquirir definitivamente la libertad intelectual de hombres maduros deseosos de definir su realidad. Sobre esta actitud Francisco Romero comenta: «Lo esencial en definitiva es esto: que en nuestra espiritualidad la vocación filosófica ha llegado a adquirir conciencia de sí y busca su expresión. (2).

Jorge Millas nació en Santiago en 1917. Recibió su título de profesor de Filosofía en 1943 de la Universidad de Chile y en 1945 el de Master of Arts (Psicología) de la Universidad de Iowa, EE. UU. Enseñó filosofía en la Universidad de Puerto Rico donde estuvo como profesor visitante desde 1946 hasta 1951. En 1947 participó en el Segundo Congreso Interamericano de Filosofía que se celebró en la ciudad de Nueva York. Desde su regreso a su país natal ha enseñado en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile donde actualmente es, además, jefe del departamento de Filosofía.

En su bibliografía figuran dos libros de poesías, varios ensayos sobre cuestiones filosóficas y su obra La Idea de la Individualidad (3), que obtuvo el Primer Premio en el concurso literario del Cuarto Centenario de Santiago y de la cual dependeremos para el análisis del pensamiento de Millas.

En la introducción de esta obra el autor hace un acertado estudio del temperamento psicológico del hombre chileno. Afirma que en él se nota ya una «sobriedad espiritual» que es como una anticipación de la personalidad definitiva de este pueblo en formación, sobriedad que se observa a través de su serenidad, equilibrio y mesura.

En el contexto de su libro Millas «se propone un doctrina del hombre, una concepción que implica un modo peculiar de sentir y valorar la propia y ajena existencia» y para ello ha dividido su estudio en tres partes: en la primera investiga los contenidos de la individualidad y «la irreductible unidad de nuestro ser»; en la segunda se analizan las fuerzas que limitan el libre desarrollo de esta individualidad y al final, expone su idea Personalista o de la Individualidad creadora.

Al examinar el contenido de la importancia de la individualidad encontramos que ésta se hace continuamente y para que ella pueda crecer en todo su esplendor y además producir frutos es necesario la libertad, que dará contenido a la vida personal de cada Ser. Individualidad y libertad son, entonces, complementarias por cuanto ellas son la existencia misma del hombre. Esta existencia es posible porque ella depende de la conciencia que es el manantial originario de toda acción posible, de lo que se deduce que «dentro de la experiencia interna somos testigos de nuestra propia libertad.»

«El hombre es testigo de su propia libertad como lo es de su desmoronamiento en la dirección del tiempo que fluye. Ambos hechos, tiempo y libertad, son las condiciones necesarias en que se nos aparece la experiencia del yo, las dos formas del ser del hombre ante sí mismo, en suma, las dos constantes del espíritu».

Este yo, esta individualidad, es en esencia un drama angustioso por estar contenido y atado al tiempo y a la libertad, ¨que hacen del ser hombre la curiosa paradoja de estar más en el futuro y en el pretérito, en lo que ya fue y en lo que no ha sido aún, que en lo que actualmente es.»Es precisamente esta incertitud que ha llevado a producir el resentido y el escéptico de quienes representan una negación del normal desarrollo de la individualidad; limita por lo tanto la normal realización del hombre como creador espiritual de su propio futuro «cañamazo sobre que el hombre teje y desteje la existencia.» A estas fuerzas limitadoras de la individualidad hay que agregar la soledad y las fuerzas impersonales.

«La soledad aparece cuando el hombre al par de constatar su impenetrabilidad constata su propia impotencia para penetrar el mundo ajeno, extraño a su ser. Al enfrentarse con el mundo, se enfrenta el hombre con lo que no es él, con aquello donde él no está, y donde no puede estar jamás; su conciencia, por eso, se abre solitaria en medio de las cosas, y en esa soledad adquiere la experiencia de la angustia, al constatar los límites infranqueables que impiden la expansión plena de su ser, la comunicación directa de él con las cosas circunstantes. Una de las fuerzas impersonales que influye en la plena realización del hombre es la política no como ciencia sino como experiencia viva.

La política pertenece al orbe de sustentación del hombre, más que al de su nutrición existencial. Su importancia es periférica y colectivizadora y no una necesidad primordial en la orientación y organización efectiva de la vida. Es una amenaza y un peligro cuando lo abarca todo y limita la libertad creadora del individuo y su vida histórica como sucede en nuestro tiempo de crisis. Produce por su limitada visión al resentido, al soberbio, al envidioso, al intolerante, todos ellos ejemplares de esterilidad espiritual.

Pero la fuerza más prepotente, la que tiene un poder aniquilador en la limitación de la individualidad es el Estado, por ser éste una realidad individualista en acción directa contra el hombre cuando éste lo acepta «como ser actuante y vivo». Cuando esto sucede emerge el estado totalitario el cual por su poder social, por su carácter egocéntrico, individualista, destruye al individuo y con él su vida espiritual creadora.

«El hombre es fundamentalmente persona, individuo, su individualidad es la sustancia de realidad. La sociedad -hecho de donde aquella individualidad proviene, y no término hacia donde vaya, según habitualmente se cree-, es sólo una circunstancia o condición de ella. Todo intento de soborno a la persona, toda acción que la aparte de su interés y preocupación por sí misma, por su formación, desarrollo y grandeza, son otros tantos propósitos deformantes de la naturaleza del hombre. De esta idea se deduce, lógicamente, el carácter de perversión histórica y de deshumanización del hombre que tiene el Estado que se eleva a la dignidad y rango de persona, dentro de la cual los individuos se disgregan, se desvanecen y apagan como las estrellas en el resplandeciente cielo matinal.»

El análisis de las constantes espirituales, el del tiempo y de la libertad, y el de las formaciones impersonales, como el Estado nos muestra que la realidad positiva del hombre se da en la individualidad de su existencia. Esta individualidad no es un azar: es la resultante necesaria de una conciencia libre, temporal y racional. Aun más, la individualidad no es sino la manera como el hombre constata en él la acción de una libertad racional en el tiempo. Por consiguiente, el individuo representa la unidad espiritual que continuamente elabora en el tiempo una libertad racional.

Ante este conflicto Millas se ha propuesto la restauración de la individualidad como esencia ontológica, ética e histórica del hombre por medio del Personalismo. «En el Personalismo el hombre necesita de los demás individuos, ora para reducir su soledad, ora para acrecentar la plenitud de su conciencia mediante la entrega generosa, que es un modo de dilatar la existencia, y darle al propio un sentido moral…..Compañerismo, convivencia, amistad, virtud, amor, veneración, implican estados de plenitud de la persona, conciencia de su singularidad, que al convivir, amar o venerar, entregándose, exalta y dignifica su propia esencia. COLECTIVIDAD DE PERSONAS SOCIIABILIDAD SIN IMPERSONALIZACION.: He aquí el enunciado que da el Personalismo a su ideal de vida histórica¨.

Y concluye: «Creo que puede sobrevenir un estado de cultura auténtica en que sienta cada cual el ritmo seguro de la vida ascendente y en que cada hombre tenga la adecuada intuición del futuro. Creo que ese estado vendría cuando pueda cumplirse el destino del hombre: el acrecentamiento de la individualidad creadora. Creo, en fin, que es América el lugar propicio para la constitución de una filosofía del hombre, fundada en la exaltación metafísica, ética e histórica del ser individual, concebido éste como el medio adecuado, el único tal vez, para realizar un ideal de humanidad libre y éticamente superior. Tal filosofía tiene que fundarse, ante todo, en la libertad espiritual y en la capacidad del hombre para hacer la historia, padeciéndola, sufriéndola, viviéndola día a día, sin transcendentalismo. Resistir a los acontecimientos que parecen fatales, si ellos disgustan, hacer la historia con la vida, no dejarse hacer la vida por la historia, ha de ser la norma de conducta. Individualidad, por eso, creadora, no fatalista; soberbia, aun ante la adversidad. En eso puede traducirse un Personalismo filosófico que se sienta, no como doctrina, sino como fuerza espiritual.»

Este joven pensador nació en la ciudad de Valparaíso el 20 de enero de 1926. Hizo sus estudios superiores en la universidad de Chile y Católica en Santiago. Recibió su título de Licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales del Instituto Pedagógico en Valparaíso. Enseñó Metafísica en la Universidad de Chile durante los cursos de Verano de 1947-8, 1950-1.

El 1951 fue activo para Ross. Fue profesor visitante en la Escuela de Teología Protestante de Buenos Aires; asistió como delegado de Chile al Primer Congreso Latinoamericano de Sociología, celebrado en la Universidad de Buenos Aires. A su regreso a Chile pasó a ocupar la jefatura del Departamento de Filosofía del Instituto Pedagógico en Valparaíso y recibió el título de Miembro correspondiente de la Academia Argentina de Sociología.

En 1953 el Instituto Pedagógico, su Alma Meter, lo agració con el título de Doctor Honoris Causa en Filosofía. Este mismo año fue a dar una serie de conferencias a la Universidad de Panamá, de allí viajó a México donde participó como vicepresidente en el IV Congreso Nacional de Sociología, celebrado en la Universidad Nacional Autónoma de ese país. En 1954 fue invitado a la Universidad de La Habana y a la Escuela de Estudios Interamericanos de la Universidad de Florida, EE. UU, donde disertó sobre asuntos filosóficos. Actualmente reside en la ciudad de Nueva York.

La filosofía de Ross está contenida en su obra Dios y la Filosofía (4) que el autor escribió como réplica al pensamiento de Etienne Gilson tratado en su libro God and Philosophy.

Dios y la Filosofía consta de cuatro partes: en la primera comenta, basado en los textos clásicos, la esencia metafísica de Dios; muestra en la segunda, apoyándose en la mística oriental, los puntos de semejanza entre ésta y la doctrina cristiana de la Trinidad, la cual él interpreta en la tercera parte a través del Génesis de Moisés, y al final explica su tesis en la que «opone a la concepción monista de Dios la concepción pluralista de un Dios finito y múltiple, cuya esencia es la perpetua renovación y la absoluta novedad.»

El prólogo es de Oscar Álvarez Andrews y de él citaremos las siguientes palabras que explican, con ciertas limitaciones, las tres primeras partes: «La Metafísica y la Teodicea que constituyen, por decirlo así, la médula de la Filosofía Cristiana, que a su vez es considerada la esencia del espíritu de Occidente, es en el fondo algo totalmente postizo a la esencia misma de la mentalidad occidental. A esto se debe el fenómeno, ya señalado por otros autores, de la apostasía de las masas, de la descristianización del pueblo, de la paganización del Cristianismo, especialmente en los pueblos indoamericanos, de la extensión del ateísmo en los pueblos sajones y germanos, del crecimiento fantástico del marxismo en los pueblos eslavos y en general en las grandes masas de Occidente.

Es que el espíritu de los pueblos europeos (germanos, escandinavos, sajones, eslavos, godos, visigodos, etc.), era no sólo diferente, sino contrario a la metafísica cristiana. Los pueblos europeos son por sangre, materialistas, exceptuando los latinos. Su base religiosa no pasa más allá del animismo y la adoración a las fuerzas naturales. En cambio, la mentalidad religiosa semita es profundamente espiritualista, como toda la mentalidad de los pueblos de Oriente. Por eso el Cristianismo en los europeos del Norte y en general en los occidentales, es sólo un barniz que apenas cubre el fondo materialista de los individuos.»

Ross opone a la teología cristiana tradicional, basada en la concepción monoteísta artificial, un panteísmo pluralista en el que en el fondo de las cosas está Dios, «un Dios finito y múltiple» en un estado de eterna realización melioristica. Pero este Dios es muy diferente al Dios meliorista de William James. El Dios de James es un «espíritu finito unitario»; el Dios de Ross es múltiple y se asemeja a un tejido de muchas fibras que se van entrelazando de acuerdo a la fe. (Ver su obra Inward Solitude). En esta concepción Dios no es algo estático, algo acabado. Lo absoluto aquí es algo dinámico: en perpetua renovación y perfeccionamiento. Mediante el humano esfuerzo Dios puede mejorar, puede alcanzar mayor perfección. Ayudamos a Dios a existir y con William James podríamos decir «que El perecería en la lucha si le faltara nuestra ayuda.»

Dios no es simple, sino una multiplicidad irracional. Hasta aquí la Metafísica de Occidente ha planteado la existencia de un mundo ordenado, racional hasta en su quinta esencia, que supone la existencia de un Ordenador tan o más racional que él. Pero los tiempos nuevos exigen que el ser sea tratado como absolutamente múltiple, salvando así esa inmensa riqueza interior del hombre, esa subjetividad exhuberante que es el ser de la interioridad y de las cosas que queremos y que forman nuestro mundo.»

Vivir por sus propias fuerzas y no simplemente subsistir debe ser, entonces, la nueva actitud del hombre. Al mendigar su existencia a un Dios que está en los Cielos no hace otra cosa que limitar el desarrollo de su propio ser, de su propia evolución tan necesaria para su perfeccionamiento espiritual.

«Dios no es inmenso en cuanto a su acción. Si Dios fuese inmenso el hombre no sería libre, sino que constantemente su libertad estaría coaccionada, encadenada a la actividad divina y se transformaría en un títere grotesco que gesticularía cómicamente al ser tomado por Dios de los fundillos y arrojado hacia adelante, hacia la Nada, como afirman los existencialistas, o hacia la Bienaventuranza Eterna, que es otro modo de ser de la Nada. Y entonces ¿dónde queda la espontaneidad absoluta que es el constitutivo primero del ser en general?

Pese a la multiplicidad irracional de Dios, no es posible afirmar con el paganismo que existan muchos dioses. Dios como sentido está enraizado en el seno del ser finito. Decir que hay muchos dioses sería enfrentar un ser con otro ser; sería como reducir todos los seres a un género común para así poderlos comparar lo cual significaría asesinar la eminente individualidad y finitud de cada ser.

El Dios de la Nueva Metafísica no es algo frío. Es el cálido sentido que posee la novedad, la espontaneidad pura del ser. Por eso es que Dios no es el objeto propio de la fe, sino que Dios EXISTE POR LA FE. Es, pues, la fe la substancia de las cosas que se esperan, el constitutivo intrínseco de la novedad, el sustento que salva a Dios de la Nada.»

La idea de este nuevo Dios dinámico, finito y múltiple en perenne transformación la resume Ross al afirmar que él rechaza la noción «que el hombre y todas las cosas del mundo formen una unidad fundamental y armónica, tal como los soldados de un regimiento o las piezas del motor de un automóvil. El hombre no es un mero elemento de la sociedad, un elemento que llegado el caso pueda ser botado y reemplazado por otro.

Sostener lo contrario ha sido y seguirá siendo el crimen de las filosofías totalitarias. Ninguna cosa del mundo puede ser reemplazada por otra, porque cada cosa es tan individual que no se repite ni se transmite a otra ni siquiera en el transcurso de la Eternidad. Cada cosa tiene valor supremo por cuanto es Dios quien yace en su fondo. El Universo realmente no existe. Lo que realmente existe es un multiverso, un conjunto irracional de seres finitos que no guardan relación entre sí. Por esto, el hombre no es una parte del Universo. El hombre es más bien un Universo entero y perfecto en su finitud, un microcosmos que se rige por leyes propias y particulares que ningún otro ser podría poseer…»

Conclusión

Después del análisis de las ideologías de estos dos pensadores podemos asegurar que estas teorías, a pesar de la madurez intelectual demostrada en estos estudios, no son definitivas por ser ambas productos de jóvenes que prometen obras de mucho más alcance filosófico.

Millas y Ross se completan. Ambos se sienten responsables y conscientes de la necesidad de fundar bases que permitan la creación de una cultura en la que estén contenidos los valores espirituales del futuro hombre americano.

Millas propone, desde un fondo humanista, rescatar al hombre de las Fuerzas Impersonales y de la Fatalidad para que éste pueda, entonces, dar libre curso al desarrollo de su individualidad creadora por medio de la cual su vida futura tendrá razón de ser dentro de una humanidad libre y éticamente superior.

Ross, desde una actitud metafísica, desea que el hombre se libere de ese Dios concebido por su imaginación e inseguridad y vuelva los ojos a su propio yo, pues en él está contenido Dios, un Dios personal, en perenne creación y renovación por

Cuyo intermedio podrá conseguir su perfeccionamiento espiritual.

Las contribuciones de estos dos pensadores chilenos vienen a reforzar y enriquecer el pensamiento hispanoamericano que por haber entrado en su mayoría de edad comienza, también, a crear una cultura.

 

Victor M. Valenzuela

506 Hamilton Hall

Columbia University

New York 27, New York

 

BIBLIOGRAFIA

1-Enrique Molina, De lo espiritual en la vida humana, Santiago Nascimento, 1935, 153 págs.

2.-Francisco Romero, Filosofía de la Persona, Buenos Aires, Losada, 1951, 153 págs.

3.-Jorge Millas, Idea de la Individualidad, Santiago, Prensas Universidad de Chile, 1943, 228 págs.

4.-Waldo Ross, Dios y la Filosofía, Valparaíso, Imp. Dirección General de Prisiones, 1951, 41 págs.

(*) Este estudio fue publicado por la Revista Asomante de la Asociación de Graduadas de la Universidad de Puerto Rico, San Juan, P. R., No. 3-1955. Se reproduce aquí para uso de los estudiantes de la cátedra de Filosofía Latino Americana de la Universidad de Santo Domingo.