Por FRANKLIN MIESES BURGOS

I

Desengáñate, Ovidio.

No somos otra cosa que

imágenes creadas por la

mente de un dios.

En el sueño que el sueña,

desde su eternidad.

Posiblemente nada,

acontezca realmente.

A no ser la terrible realidad de

este sueño sin principio ni fin.

En el cual, la verdad, es sólo la

del ser por cuya mente lúcida, la

ilusión transitoria de nuestra vida

pasa.

Pasa, amigo Ovidio, reflejada lo

mismo que la sombra de un pájaro,

sobre el cristal de un río que se arrastra

en silencio camino de la noche.

O mejor, de la muerte.

Posiblemente nada,

posiblemente todo de

lo dicho, sea cierto.

Comprenda otro sentido,

cuyo significado aún no hemos

podido descifrar, y en la sombra,

permanezca cerrado.

¡Cerrado, como un huevo!

Huevo donde la nada fabrica su simiente.

La simiente vacía de aquello que no es

ni simiente ni nada.

Pero que, sin embargo, a pesar de no ser,

por no ser es angustia.

¡Angustia de no ser!

La mas desoladora de

todas las angustias.

II

Posiblemente pienses que

este pensar no tenga un mayor

valimiento que los otros pensares.

Te equivocas, Ovidio.

No sólo pienso ahora para existir,

yo pienso, ahora, únicamente, para

inventarme un poco.

Para ser, por lo menos, algo de lo

pensado dentro del pensamiento

superior que nos piensa.

Al producirme así, estoy queriendo ser

precisamente eso: una cosa pensada.

Es decir: existente.

Destello clamoroso del ser que nos alumbra.

O sólo sombra suya. ¡Sombra de su pensar!

¿Qué más para existir, puede desear la imagen

creada por la mente de un bello dios dormido?

(*) En este poema, que integra el volumen inédito «Del canto cotidiano», Franklin Meses Burgos prosigue la formulación de su pensamiento filosófico que se inicia por un nuevo planteo de la metafísica de la soledad expuesto en sus «Seis cantos para una sola muerte».