Por Justo Pastor Benítez

Exministro de Educación del Paraguay
Por su posición geográfica, el Paraguay es lo opuesto a Santo Domingo; vive éste asomado al mar, mientras aquel ha surgido en el corazón de la selva sudamericana. Muchos de sus problemas surgen de la mediterraneidad. Las corrientes universales llegan demoradamente, aunque su formación social obedezca al mismo proceso de Hispano-América.
Hasta 1887 careció de una Universidad organizada. La cultura se fué sedimentando al través del Colegio Carolino, fundado en 1783 y clausurado por el Dr. Francia; algunos institutos fundados por Carlos Antonio López y el Colegio Nacional, creado en 1878. Muchos de los más ilustrados ciudadanos se formaron en el extranjero.
La Universidad de Asunción y el Instituto Paraguayo, sirvieron de refugio y nido a la inteligencia nacional. Desde esas cátedras se dejó escuchar la palabra un poco doctoral de Cecilio Báez, su más alta expresión, con un magisterio comparable a la de José Enrique Varona en Cuba. Cecilio Báez era positivista, o mejor evolucionista spenceriano, formado en la lógica de Stuart Mill. Durante cuarenta años enseñó doctrina, con un enorme desinterés, hasta conseguir impregnar el espíritu público y la legislación. Abrió senderos. Su cátedra tenía algo
de universal, en el sentido originario de la institución «universitas»; dictaba Derecho Constitucional, Derecho Civil, Sociología, Filosofía del Derecho, difundía con ánimo polémico su saber histórico. En lo Internacional era un moralista del Derecho de Gentes y un paladín del panamericanismo. Ocupó las más altas magistraturas representó al país en numerosos Congresos y legó una copiosa bibliografía. Como buen positivista era esquemático; la metafísica le causaba espanto, pero no era un materialista propiamente dicho.
Paralelamente a Báez, figuraba Manuel Domínguez, historiador y esteta, que pronto se insurgió contra el positivismo, Comenzó siendo un acólito de Renán y de Cuyau, como tantos otros de la generación americana del 900; abrevó en la filosofía de Bergson para derivar hacia el espiritualismo y resbalara veces en Allan Kardec. Era un maestro amable Un animador de las fuentes espirituales de su pueblo.
y versátil.
Cultor de la filosofía fué Ignacio A. Pane, de múltiples talentos, desaparecido a los 35 años, cuando comenzaba a gra-
nar, y también a sistematizar su vasta información. A pesar de iniciación evolucionista, era católico. Su fuerte era la Psicología y su versación sociológica se acercaba a la escuela de René Wor Worm y V. Letelier. Ignacio A. Pane representa con
Dominguez el criterio nacionalista frente al universalismo de Báez, acólito de la civilización occidental, y de las corrientes
liberales americanas del Siglo XIX.
Domínguez y Pane procuraban acercarse a la índole emocional del pueblo, apreciaban más la fuerza de la tradición
histórica. No debe olvidarse que se trata de un país mediterráneo aislado geográfica y socialmente durante mucho tiempo
e introverso. En cambio, Báez trataba de animar el espíritu público con corrientes renovadoras de índole universalista. Esa
polémica aún subsiste en nuestros días.
Paladín del nacionalismo a ultranza, que raya en el indigenismo es, por ejemplo, Natalicio González, al paso que las
ideas occidentales tienen uno de sus exponentes en Justo Prieto, sociólogo de formación moderna, autor de varios libros y de
la «Vida Heroica de Augusto Comte». El libro fundamental de Natalicio González, «Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya», antes que una obra de basamento sociológico es una interpretación estética, con excesiva valoración del factor guaranítico en la formación paraguaya. «Paraguay -Análisis Espectral de un país mediterráneo», de Justo Prieto, es una interpretación escueta de la historia patria, con. marcada tendencia democrática, de estructura evolucionista. De cierta manera, estos escritores representan, cada uno por su lado, las tendencias fundamentales de interpretación y elaboración cultural de Indo-América, indigenista y de reelaboración de la cultura europea con ingredientes vernáculos.
Descollante actuación tuvieron Eusebio Ayala y Eligio Ayala, ambos formados en las disciplinas filosóficas. Eusebio Ayala, lamartiano, darwinista, alumno de Wunt en psicología, era un temperamento francés por la sangre y la capacidad de comprensión. Su mentalidad era ecuménica. Para él la filosofía no podía desprenderse de las conclusiones científicas; evadía la metafísica; le gustaban la explicación clara y las observaciones verificadas, a la manera de Mach y de Claude Bernard. En cambio, Eligio Ayala estaba imbuido de la modernísima filosofía alemana posterior al crudo cientificismo. Comprendía a Kant y a Whitehead y en su afán inquisidor llegó a la aventura intelectual del relativismo y del quanta.
Eusebio Ayala era un doctor en mundología, de cordial socialidad; enseñaba copiosamente, pero no fijó en obras su cultura. Eligio Ayala era un solitario, aun en la Presidencia de la Nación; un introverso que despedía chispas leidianas. Ambos Ayala, que no eran parientes, ejercieron mucha influencia en el movimiento de ideas y sistema gubernativo.
La desaparición de Báez, Domínguez y de los dos Ayala, produjo un hiato en la vida intelectual. Marcaron una etapa que concluyó más o menos hacia 1940, a raíz de la Guerra del Chaco, que señala un «divortio-aquarun» en la conformación política del Paraguay.
Los poetas representativos de esa generación del 1900, fueron Alejandro Guanes y Eloy Fariña Núñez. El primero, lirico espiritualista, dejó además de sus poesías modernistas, y del «Canto a Allan Kardec», un ramillete de filosofía titulado «Del viejo saber olvidado». Fariña Núñez, autor de «Canto Secular”, conspicuo poema nacional, cultivaba la filosofía jónica y un tanto de la hindú, como se verifica en su verso
«Autobiografía».
En ese período, además del positivismo y del evolucionismo, se leía a Bergson, se recibía mucha influencia francesa y la filtrada al través del Río de la Plata, por intermedio de Vaz Ferreira, Rodó y José Ingenieros, como puede verificarse en los profesores Juan Vicente Ramírez y Manuel Riquelme.
Las nuevas promociones han enveredado por otros senderos. La vocación historicista, sobresaliente el 1900 del Instituto Paraguayo, se desvía hacia la interpretación nacional, el hombre paraguayo y su medio. Julio César Chaves, en «Los dos Paraguay», Efraín Cardozo en «Visperas de la Guerra» y Pablo M. Ynsfrán en diversos trabajos han replanteado la interpretación histórica; como lo hacen Prieto y González, en materia sociológica; Rafael Odone en «Esquema Político» y H. Sánchez Quell en «Estructura del Paraguay Colonial». Un interesante centro de investigaciones y de cultura constituye la Facultad de Ciencias Médicas, de donde han surgido estudiosos de alta curiosidad, como Carlos Gatti, Gustavo González, Manuel Rivero, J. M. Morales, A. Chrife y J. Giménez Gaona, de amplia información humanística. El pensamiento cristiano tuvo su expositor en Pedro Nicolás Ciancio y en la juventud católica que sigue con preferencia la escuela tomista de Jacques Maritain.
Ha surgido el teatro en español y guaraní, porque el país es bilingüe. La novela aborda el tema vernáculo con Roa Bastos, Juan F. Bazán, Cassacia Ribolini y José María Rivarola. Teatro, poesía, cuento de índole social florecían en la inteligencia de Herib Campos Cervera, tempranamente desaparecido. El marxismo, como doctrina y partido, tiene como líderes a Oscar Creydt y Obdulio Barthe.
Como signo promisor, ha surgido la Facultad de Humanidades, almáciga donde se han iniciado con disciplina los estudios filosóficos, psicológicos y humanistas. La filosofía comienza a despertar interés en la juventud. Las corrientes más notorias son las de la filosofía alemana contemporánea, la lógica inglesa, el tomismo y la influencia sugerente de Ortega y Gasset y Francisco Romero. El positivismo fué un método; hoy se abren a la cultura paraguaya nuevos horizontes y comienzan a surgir estudiosos de abnegada vocación, que comprenden que la ciencia y la filosofía son los sustentáculos de la cultura nacional.
Justo Pastor Benítez
David Campista 118
Río Janeiro, Brasil