Comentario al Margen de la «Revista Dominicana de Filosofía»
Por Bogumil Jasinowski
Ex Profesor de la Universidad de Vilma (Polonia) y actual Profesor de la Universidad de Chile
He aquí una revista que invita a ser leída. No sin un poco de miedo ante la portada modernista, que dejó de alarmar me después de conocer el contenido escrito. Mis sinceras felicitaciones por la elegante tipografía y la calidad del papel. Fué este último el que me hizo recordar no sin nostalgia al de las publicaciones polacas de otrora: agradable al tacto y a la vista, flexible, opaco, terso y resistente a la esgrima de pluma o lápiz en los márgenes y entrelíneas. Quizás alguien tuvo razón cuando me dijo que yo rayo para leer, pero esa verdad es también reversible: prueba evidente de que la Revista Dominicana de Filosofía me interesó sobremanera. Libro mío sin rayas o anotaciones es un libro intocado.
Dejando a un lado el papel ¡ay! en un país como Chile, en donde dicen sobran bosques y pináceas, hallé muy interesante la reseña cultural de Santo Domingo, ejecutada por el Rector de su Universidad, don Pedro Troncoso Sánchez. En otro plano, acerca del mismo autor, y por lo que pude advertir a través del artículo de don Armando Cordero (Proyecciones del actual movimiento filosófico dominicano»), debo apreciar los puntos de vista del Rector tanto por la búsqueda del matiz como por su adecuación de un idealismo constructivo, de metafísica de buena ley, capaz de oponerse a ciertos positivismos filosóficos carentes de fuerza creadora y, a lo sumo, parcialmente «conocedores», pero, en todo caso, inaptos para una comprensión totalista del quehacer humano. La teoría axiológica de la Cultura, que tan grata me es, veo que en ese pensador ofrece comprobaciones notables, como también me parece que adopta en Lógica una posición más acorde con la Verdad. La Lógica no sabría dejarse reducir a una desconexión radical con «lo-va lórico», pues, aunque los valores sean elementos extralógicos, la valoración no lo es. Que esto que digo es válido al menos pa ra cierto tipo de juicios y sus modalidades, espero demostrarlo con la publicación de un manuscrito medianamente extenso, el cual muchos años ha duerme en las gavetas el sueño de mi exigencia lógica. Se me perdonará deje relumbrar algún pensamiento propio y más íntimo, pero tampoco la culpa es mía, sino del señor Rector, con el cual voy coincidiendo ideológicamente.
El Capítulo sobre «Filosofía de lo Etico» revela en su au tor, Andrés Avelino, una plausible tentativa de superar algunas posiciones antinómicas, pero, naturalmente, siendo una parte nada más de una obra más extensa y aunque guarda unidad, ha bría todavía muchos puntos debatidos. Prudente sería aguar dar la publicación del libro, que con mucho gusto también lee ré; no obstante, aspecto de detalle-, no me parece que el fa tídico pensamiento antinómico» de Kant, que adorna el término de la «Crítica de la Razón Práctica» al igual que la tumba del sabio en Koenigsberg
«Der gestirnte Himmel über mir,
Das moralische Gesetz in mir.»
(El cielo estrellado sobre mí,
La ley moral dentro de mí).
no me parece, digo, que «revela el destronamiento de Dios», sino según lo expresé en un escrito mío, tal lema traduciría lo hon do de la visión kantiana de lo sublime perfecto como «sublime dinámico», mientras que la primera parte de la oposición-el cielo estrellado- sería más bien la sola expresión de lo subli me del espacio como «sublime matemático». Este último gé nero de sublime es el que Schiller consideraba como «lo subli me del conocimiento», siendo, en cambio, lo sublime perfecto una manifestación superativa en la lucha de lo débil de la na turaleza humana por la libertad, no pudiendo alcanzar lo subli me perfecto su expresión sino conjuntamente con la indole mo Iral del hombre (ley moral en mi), irreductible adversaria a la vez que vencedora de la limitación física. A pesar de esto, la doctrina de Kant y Schiller con suma dificultad podria consi. derarse expresión definitiva de la idea de lo sublime. Su mis ma debilidad doctrinaria se conecta con algunos rasgos propios del pensamiento kantiano, que son los mismos que originan las imperfecciones del sistema. Aludimos en especial al modo kan tiano de concebir la oposición entre el mundo del conocimien to teórico y el de la «razón práctica», o, entre la «necesidad em pírica» y la «libertad inteligible», por lo cual, en la mente del hombre, y en la fundamentación especulativa de su actividad, vendría a manifestarse nada menos que la coexistencia de dos órdenes, ambos recíprocamente irreductibles, que es, justamente, adonde apunta una buena parte de la investigación de An drés Avelino, y que habrá que agradecerle.
En la página 32 de la Revista (N° 1), dentro de su estudio, dice Avelino y con acierto:
«Tales imperativos categóricos (kantianos) como meras formas racionales a priori, exentas de todo contenido, no pueden depender de ningún contenido ético supremo; sólo están regidos por la forma de las formas, la forma suprema, vacía en absoluto de todo contenido, el impe rativo categórico: «obra de tal modo que la máxima de tu conducta pueda servir de legislación universal». Con es te imperativo categórico supremo, Kant destrona a Dios. La máxima suprema de la conducta humana no emana ya de Dios, el Bien Supremo platónico, sino del hombre mis mo, en una posible conformación de su conducta con una legislación universal».
En verdad, quizás la expresión «destronamiento de Dios» como resultado del imperativo categórico a que se alude, me rezca ser precisada, pues, si se quiere precisar en su génesis (fuerza es usar términos de valoratividad intuitiva-) se trataría de una especialísima interiorización de Dios que, des pués de tender a proyectarlo al exterior como resultante de la homogeneidad igualizadora ley moral-Dios, habría debido ser re-interiorizado conciencialmente; en otras palabras, en cuanto la máxima de la conducta individual, reflejo que había de ser de la legislación universal, se hallare insatisfecha con una divinidad asimilada y tan refundida en lo ético. Tenemos así a Dios asimilado a la ley moral anidada en cada cual, con el des aparecimiento o atenuación de muchos de sus atributos con ceptuales que, aunque propiamente no se pierdan, «se proyec tan al exterior» (cielo estrellado…), mas, siendo insuficiente espiritualmente la igualación ley moral interior y Dios interior, sobrevienen todas las vicisitudes y tensiones de reintegrar a es ta divinidad en algo más vasto, más cósmico y también más im personal, pero la dualidad o antinomia ya con ello acaecida no habrá de desaparecer o seguir en juego: traer a Dios, o a lo que «faltaba» de Dios… «desde fuera», desde el universo, desde allí donde la ley moral no se vé actuar… es ya la imagen de otro Dios: resultante dualista de un personalismo de índole protestante.
Claro está que la raíz de la oposición en cierto modo falli da entre lo sublime matemático y lo dinámico se encuentra en aquella actitud kantiana de concebir como fundamental la opo sición entre la naturaleza y la moral: el espacio celeste en su I calidad de objeto del conocimiento no ha de ser más que un objeto del sublime matemático, mientras que la autosuperación del hombre, reducido a la nada dentro del Cosmos, no puede ser sino la obra de la «libertad moral». Lo defectuoso de esta teo ría salta a la vista al confrontarla con algunos ejemplos sobre salientes del sentimiento de lo sublime. Pascal, por ejemplo, arrobado en la contemplación de la infinitud espacial del Uni verso, exclama: «Le silence de ces espaces infinis m’efraye»; sin embargo, arguye: «El hombre no es sino una caña, mas, una caña que piensa; una evaporación, una gota de agua pueden matarlo. Pero, aún cuando el Universo lo aplastara, será siem pre más grande que el Universo, pues sabe que muere, mientras que la ventaja del Universo sobre el hombre, es ignorada por él mismo». La unión de la miseria y de la grandeza del hombre presenta el tema tal vez más favorito del pensamiento pasca liano; no obstante, la grandeza surge al volverse el conocimien to consciente de aquella miseria humana. Se puede decir que había algo similar en la actitud de Copérnico frente a su pro pio sistema heliocéntrico, y que lo hubo también en el de La place, quien, al concluir su «L’Exposition du Systeme du Mon de», hace la observación que el descubrimiento de la inmensi dad del Cosmos envuelve cierta consolación para el hombre, dada la pequeñez de la base que le sirvió para su medida. Así, de la destrucción del geocentrismo ya trasciende la visión de lo sublime, que debía ponerse en adelante como un enlace de lo moral con lo bello, en un sentido más profundo de lo que fué la unión del bien y lo hermoso en la época clásica de la Anti güedad. Con todo, si lo sublime no transgrede aquel aspecto puramente matemático, la interpretación de lo «sublime diná mico» en la doctrina de Kant-Schiller tampoco puede conside rarse como libre de cierta estrechez, proveniendo ésta tal vez de un concepto insuficiente sobre la conceptuación del infini to. Lo «sublime dinámico», que trasciende del célebre adagio de Kant, es, en verdad, lo sublime en quietud, lo sublime cum plido y estático. Lo sublime verdadero es, sin embargo, más capaz y más apto de alcances más amplios, más auténticamen te dinámicos…
Respecto de por qué Scheler no quiso hacer metafísica ni filosofía de lo ético», al igual que Kant, quizás pueda yo expli carlo y contestarlo con «Mis impresiones y recuerdos persona les de Scheler y de Simmel», que me apronto a publicar. A ve ces el NO querer hacer es un No poder hacer.
Menester es ya que diga y alabe un rasgo notable de la Revista: su ausencia del patrioterismo filosófico, a juzgar por las plumas de próximos colaboradores, entre los cuales se me ha incluído sin que yo mediara oferta interesada, y que acep to con gusto.
Digo eso de rasgo «notable» porque en Latinoamérica sue le producirse el curioso fenómeno no siempre visible en la epi dermis pero entretejido a lo medular de la exteriorización emo cional, y que a muchos que conozco les ha tocado padecer: yo suelo llamar a ese fenómeno «egotismo filosófico». Arranque éste de donde arranque (¿será de lo «telúrico» de Kayserling?), suele ser incapaz de reconocer los méritos de otros pensadores. criollos por origen o adopción en cuanto alguno de ellos sobrepasa las pensantes aspiraciones de otro, o en su ascenso puede apenumbrar esas mismas aspiraciones. No haré cuestión de menciones personales,-los casos son muchos y bien conocidos, y los que me constan… los callaré, pero no acepto la equi paración de un «criollismo filosófico» con el egotismo ese a que aludi.
La superación de tal criollismo solapadamente introverti do y muchas veces insidiosamente extrovertido puede apreciar se bien, por lo que se refiere al señor Victor Valenzuela, en su bosquejo de algunas trayectorias filosóficas chilenas, y al lugar que le asigna a Jorge Millas, cuya «Idea de la Individualidad» es con mucho la más redondeada expresión de abordar proble mas específicos de estos países, especialmente del propio. Creo que las ideas directivas de Millas, y que destaca el articulista, se podrían comprender ante todo a la luz y a las vicisitudes de ciertos grandes valores inherentes a la tradición hispano-latina en su trasplante y aclimatación, pero quizás, -buena o mala la aclimatación, o inadecuada-, no debe olvidarse que esa tra dición, muy especialmente por lo hispánico, es propensa y tie ne el mérito de destacar el papel creador de la individualidad humana. Millas, muy acertadamente, está lejos de proponer una «ruptura» con dicha tradición, pues él al igual que los re dactores de la Revista, y que Alberto Wagner de Reyna con su libro «Vocación y Destino de Iberoamérica» que lei hace tiem po, intuyen muy bien que en el campo del espíritu y de la cul tura, si algo «se quita» violentamente, hay que emplazar el sus tituto, y así, aunque haya factores formalmente negativos en la tradición más o menos común y general de la latinidad ame ricana, el peligro de «quitar» puede ser y, a veces, de hecho, ha sido más negativo que el «poner», sobre todo si no se sabe qué ni para qué…, y principalmente la masa nunca lo sabe. Cree saberlo, pero eso es diferente. Si la América Latina quiere «sentirse distinta» no lo conseguirá por la fuerza o la violencia. de un criollismo filosófico de caracteres ya apuntados, sino sa biendo encontrar lo propio y lo valioso, sabiendo ver el reinte gro de lo particular en lo general de que procede, esto unido al prudente orgullo de lo que es y de lo que puede ser. Y entonces, tal vez, lo que ha de brillar y encontrar su ajuste será una bien entendida Individualidad, humana y colectiva, de raigam bre filosófica y cristiana en su más alto grado. Pero también me alienta la esperanza para esta América de que más de un ídolo filosófico de Europa (de aquellos cuyo suelo sustentador se vé de aquí más firme que lo precario que es), sabrá ser no sólo mejor situado, sino, a través de la distancia, menos servil mente servido, pues será cribado en una Individualidad más madura y definida.
Algunas observaciones sobre «El sentido de una cosmovi sión en la Literatura Latinoamericana», el escrito de Waldo Ross: unívoco el planteo del problema en sólo tres acápites, excelente el ramillete de ejemplos y su comentario, como asi mismo haber sabido encontrar rutas directrices en tema tan de por sí enorme y escurridizo.
En lo que atañe a las conclusiones, reparos me merece la interpretación del Logos griego. Estoy de acuerdo en que la literatura latinoamericana comprueba la presencia de ciertas vi. vencias características y de que ellas nos entregan, según dice, un valioso material prefilosófico. Ross advierte lo difícil de que esas vivencias alcancen el rango de cosmovisión, pues, para ello, agrega, «sería necesario que ellas se unificaran de acuerdo a un principio que les diera sistematización y consistencia concep tual». Tal desiderátum no será factible durante mucho tiempo, imposible de precisar, a lo mejor demasiado largo, porque esa tarea sólo podría derivarse o, mejor dicho, hallar su móvil di rector en una Filosofía también americana, pero de igual evolu ción y rango que la Literatura a la cual se aplicaría en su em peño descubridor. Y aquí, si se me permite, voy a desarrollar una de mis teorías, que puede arrojar destellos al problema: se trata de la Ley de Correspondencia Diacrónica (o discrónica) entre el Arte, la Filosofía y la Ciencia.
En mi concepto, toda gran civilización y continuidad his tórica tiende a expresarse u objetivarse en un «estilo» que, en el sector de la llamada cultura espiritual, fuera del carácter totalista, omniabarcante y arquetípico del mismo, se puede deslindar y objetivar en tres grandes sectores de la cultura: el Arte, la Filosofía y la Ciencia. Digo de paso que la circunscrip ción de estos terrenos no puede exigirse nítida y que no debe evocar aprioridad electiva, en virtud misma de sus recíprocas relaciones. Se trataría de algo referente a la indole psicológica de las vivencias de cada uno de esos sectores, tanto en su interiorización como en su exteriorización conceptual y plasmable. Arraigándose las vivencias del Arte en los estratos más profundos y anticipadores, estarían más aptas y primeros para exteriorizarse. Por ello el Arte puede servir como criterio más objetivo y más visual para caracterizar a una cultura, mientras que la Filosofía, por asentarse en planos menos profundos de lo vivencial, o, si se prefiere, más controvertibles, de expresión menos espontánea y más difícil, tardaría mucho más que el Arte en hallar los medios de su manifestación exterior y de sus posibili dades estructurales. Por otra parte, la Ciencia, yaciendo en los que podemos llamar los planos más exteriores de lo Viven cial, pero a la vez los más altamente controvertibles y tecnicistas, tendría mayor maduración y más largos tropiezos en hallar su lenguaje y poderlo exteriorizar cabalmente.
Sucede entonces que, dentro de una continuidad históri ca, el distinto ritmo de exteriorización culminadora de las gran des creaciones del Arte, la Filosofía y la Ciencia no es simultá neo en la objetivación del estilo único al cual convergen; en la objetivación del estilo cultural que debe ligarlas a las tres como productos de mentes y similares condicionalidades. ¿Y qué su cede? Que la distinta culminación de cada una no se da a un mismo tiempo en el encuadre de un mismo período histórico o de una periodización, pudiendo así haber entre ellas un ritmo de correspondencia diacrónica y dando lugar a una periodolo gía oblicua: mientras un período estuviera viviendo un «estilo» de Arte, podría estar viviendo un estilo distinto o no tan bien definido o estructurado internamente de Filosofía, y, pongamos, por caso, frente a ellos, podría haber una Ciencia incipiente. En este sentido, las combinaciones pueden ser muchas y, de ahí, la dificultad de apreciar en una realidad histórica concreta, dentro de su continuidad, y de la indispensable periodización, la distinta etapa de «estilo» de cada uno de estos grandes sectores. Así, por ejemplo, el llamado «Período Clásico» helénico, que cubre el siglo V, es «clásico» sólo para el Arte, mientras que la Filosofía es todavía pre-clásica, y la Ciencia todavía teje sus preludios. El período Clásico para la Filosofía Helena vendrá a caer en el siglo IV, y el que corresponde a la Ciencia (pién sese en Euclides) sólo en el siglo III. Recalco que lo CLASI CO, dadas las muchas matizaciones del término, no es en el ca so comentado y concreto otra cosa que la unión de lo racional y razonable, de lo-bello con lo-perfecto; de la medida con la mesura, con la templanza, con la medida, con el equilibrio, la proporción o el término medio, factores que, aunque a veces co rresponden a un solo sector son reciprocamente convertibles unos con otros y todos entre sí. Si se sabe ver se advertirá la unidad de «estilo» que hay entre la estatuaria griega del siglo V, con sus rostros serenos, su proporcionalidad en los «nodos», la idealización de la figura, la búsqueda del término medio y la armonía del todo, encerradas dentro de un tono que no propen de al infinito y a la demasía (características muy generales de lo Helenístico que vendrá después) y, por ejemplo, la filosofía socrática o de Platón y Aristóteles, pese a las grandes diferen cias que hay entre los dos últimos, pero que no por ello, en sus trasfondos generales, son menos clásicas. Ahora bien, entre la estatuaria o el Arte y la Filosofía y la Ciencia, se puede adver tir la latencia del estilo arquetípico: la misma definición de linea recta que da Euclides ¿no es testimonio de la vivencia del reposo estático y de las otras características que hemos señala do para cualquiera de los sectores: «Línea recta, -nos dice es aquella que se asienta uniformemente en sus puntos».
Así, pues, la periodología oblicua y el distinto ritmo deculminación de Arte, Filosofía y Ciencia, si no quedan explicadas, quedan por lo menos aludidas, y sería este fenómeno el que pienso pudiera explicar por qué aún no ha llegado la época de una Filosofía de estos países que sea verdaderamente «clásica», quiero decir representativa y decidora de un modo de pensar anclado en la evolución de una cultura distinta como es la de América. Esto explicaría también el por qué de la «tonalidad irracional» que, dice Ross, «es fácil de vislumbrar a través de to dos los intentos filosóficos genuinamente originales que se han hecho en la América Latina», como también porqué las viven cias del alma latinoamericana NO se harán más visibles unita riamente en lo filosófico «a medida que la influencia europea vaya desapareciendo», ya que si eso es cierto en parte y rige para el campo del arte o de la Literatura a que lo aplica el se ñor Ross, bien podrían terciar los factores que señalé y el Tiem po. Si es cierto que esas vivencias se harán más visibles en cuanto el pensamiento de acá se libre del pensamiento europeo, único que aún le ofrece «sistemas», no es menos cierto que eso sucederá también cuando el latinoamericano alcance «su» siste ma, su unidad, su culminación, su estilo, y, entonces, dentro de la diversidad de las vidas, de las estructuras individualizadoras de las colectividades, la variación se entroncará en la unidad. Y para esa época el pensamiento latinoamericano habrá dejado de ser marginal, para pasar a rango universal, y ello quizás lo consiga no por la prepotencia, la intensidad o el avasallamien to creador sino… por descansar en su sedimentada Esencia.
Si la mejor tradición filosófica de Occidente y el Occidente mismo no han de perecer, e incluyo a la América toda en el término cardinal-, ese día preclaro para la Filosofía de estas vastísimas heredades puede ya estar ascendiendo: será el DIA DEL NUEVO MUNDO.
Es posible que los de más edad como yo no tengamos la satisfacción de advertirlo, pero es improbable que cuando llegue, personas como Waldo Ross no estuvieran atentas y vigi lantes para señalarlo.
Bogumil Jasinowski
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